miércoles, 15 de marzo de 2017

Militarización en América Latina

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Argumentos (México, D.F.)
versión impresa ISSN 0187-5795
Argumentos (Méx.) vol.23 no.64 México sep./dic. 2010

Dossier. Repensar el Estado

Estado, golpes de Estado y militarización en América Latina: una reflexión histórico política

Felipe Victoriano Serrano

Doctor en Filosofía. Posee estudios en teoría política y Sociología. Profesor-investigador del área de comunicación política en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa. Es autor, junto con Alejandra Osorio Olave, del libro Postales del Centenario. Imágenes para pensar el Porfiriato (México, UAM, 2009) [fvictoriano@correo.cua.uam.mx].

Resumen

Las profundas transformaciones que ha vivido América Latina en los últimos 50 años, resultan indisociables del proceso de militarización que sufrió el continente entre las décadas de 1960 y 1970, y que tuvo como característica central la desagregación progresiva del papel que desempeñaba el Estado como articulador de la vida pública y promotor del desarrollo económico. Las reflexiones que siguen intentan trazar una reflexión histórico-política en torno de estas transformaciones, revisando críticamente la literatura que se generó sobre el tema y estableciendo sus momentos explicativos más problemáticos. La intención, dar una visión alternativa a la lectura que este escenario de violencia tuvo en América Latina, incorporando como elementos determinantes la integración regional de intensos procesos represivos y su articulación global con la Guerra Fría.

Palabras Clave: El Estado latinoamericano, golpes de Estado, militarización, Guerra Fría, Fascismo.

Abstract

The profound political and economical transformations that Latin America has lived in the last 50 years are the result of the military process that the Continent suffered along the 60' and 70', having as its main characteristic, the progressive degradation in the role of the State as the articulator of the public life and the economic development. The reflections that follow attempt to trace a historical and political reflection surrounding these transformations trough a critic revision of the literature generated on the subject. The intension is to give an alternative lecture to the scenario of violence lived in Latin America, taking in to account the intense repressive processes that were incorporated as determinant elements of regional integration in the context of the Cold War.

Keywords: Latin-American State, Coup d'état, Military's Dictatorships, Cold War, Fascism.

INTRODUCCIÓN

Durante las décadas de 1960 y 1970 del siglo XX, América Latina vivió, de manera sistemática y estratégica, un proceso de militarización, el cual utilizó como acto político de expresión, como puesta en escena, la forma del golpe de Estado. Si bien la literatura política acuñó este término para describir la irrupción de gobiernos de facto asociados a un tipo específico de autoritarismo, en el curso de este proceso el término golpe de Estado adquirió la particularidad de expresar la captura del Estado por instituciones militares a partir de un acto material y simbólico. Material, en la medida en que fueron golpes que utilizaron infraestructura propia de una situación de guerra, movilizando sofisticados recursos para la conquista efectiva de instituciones organizadas exclusivamente desde el poder civil. Simbólico, debido a que dichas instituciones no sólo representaban los puntos más significativos del campo político (llámese casa de gobierno, ministerios, medios de comunicación, universidades), sino que, además, sobre ellas se desplegó un conjunto de códigos altamente jerarquizados destinados a inundar el ámbito público de un principio de excepcionalidad, hasta entonces, propio de situaciones catastróficas o de agresión externa.

La toma violenta del Estado, en cuyo seno descansaba el poder político mismo, se convirtió, desde la década de 1960 en una práctica recurrente de las instituciones de defensa nacional, constituyéndose no sólo en actores fundamentales del proceso de cambio que sufrió el continente, sino en garantes del curso irreversible que este proceso adoptó en los años siguientes. Se trata de un proceso de cambio que implicó diversos planos de la escena nacional, y que podrían ser resumidos en la abolición de la idea tradicional de Estado y de la centralidad de las instituciones públicas que le acompañaban en el ejercicio de articulación de la vida política en sociedad.

En este contexto de militarización, los golpes de Estado constituyen un acto fundacional de lo que podríamos llamar un nuevo escenario estatal a través del cual comenzaría a expresarse una forma inédita de administración de la vida política y de los asuntos públicos: una entelequia administrativa excepcional que, con el tiempo, destruyó el horizonte de acción que el Estado nacional latinoamericano había históricamente trazado.

En este sentido, el Estado, cuya historia en América Latina es indisociable de una violencia política que atraviesa con sistematicidad el siglo XX, vive a raíz de este proceso de militarización una transformación paradigmática. No sólo se dará fin a la estructura tradicional de Estado, a partir del cual los proyectos modernizadores encontraban su realización programática (en el "Estado nacional desarrollista" o en el "Estado nacional populista", por ejemplo); sino que, a su vez, toma lugar la "extinción" de la idea misma de Estado, de su protagonismo ideológico, digamos: de su condición de aparato. El Estado pierde así su centralidad en las decisiones políticas y económicas, relevando su lugar a la estructura supranacional del capitalismo mundial.

Esta pérdida ocurre de modo consustancial al agotamiento sistemático (y sintomático) de la sociedad civil y de las prácticas públicas tradicionales, describiendo con ello un estado de época que fue denominado en la década de 1990 como neoliberalismo. Éste no sólo debe ser entendido aquí como un conjunto de axiomas económicos, concibiendo lo económico como una esfera particular de la cuestión nacional. Por el contrario, debe entenderse como un programa continental de articulación de la fuerza social, que fue producto de un proceso histórico de disciplinamiento riguroso de la sociedad civil y sus relaciones políticas. De este modo, la instalación regional del neoliberalismo1 describe un acontecimiento político más que económico, puesto que las llamadas políticas económicas puestas en práctica a lo largo de este proceso de militarización -privatización, desregulación, liberalización, descentralización, por nombrar algunos lugares comunes- constituyen, en rigor, una economía política que tuvo como principio el desmantelamiento del Estado nacional y su estructura ideológica como promotor exclusivo del desarrollo económico. No obstante, algunos de estos procesos —la descentralización o la modernización del Estado— pudieron ser vistos con cierto optimismo político al inicio de las transiciones a la democracia, lo cierto es que en términos efectivos, concretos, constituyen parte esencial de la despolitización del Estado en América Latina. Más allá de los eufemismos e ideologemas que nutren los discursos políticos contemporáneos en torno a la necesidad de "profundizar" reformas estructurales del Estado latinoamericano, habría que preguntarse con rigor si acaso estas reformas no fueron el salvoconducto que requirió el capital internacional para hacer más "competitiva" la Región respecto de los intereses transnacionales.2

Ahora bien, en este contexto específico de militarización, el golpe al Estado representa el último acto contra el Estado latinoamericano.3 Digamos que el Estado no sólo es tomado por fuerzas político-militares hasta entonces reincidentes en el ejercicio autoritario del poder, sino que, además, dichas fuerzas tienen por objeto destruirlo (el caso chileno es literal) al punto de diluir el contenido de las relaciones políticas entre Estado y sociedad civil. No se trata, esta vez, de que los golpes sean expresión de la precariedad estructural de las instituciones políticas latinoamericanas, es decir, de su "incapacidad de encauzar y absorber el conflicto político al interior de un marco de estabilidad".4 Por el contrario, se trata de un fenómeno que rompe la estructura misma a través de la cual el campo político y el Estado regulaban el conflicto social, administrando el desarrollo económico en torno a proyectos políticos nacionales.

Desde esta perspectiva, la última gran transformación del campo político latinoamericano acontece cuando el Estado es despojado militarmente de su condición histórico-tradicional de administrador de la vida pública. Esto es, cuando los gobiernos militares pongan en funcionamiento una racionalidad represiva destinada a eliminar parte sustancial del campo político con el fin de despolitizar la esfera pública hasta entonces vigente. Una vez que el Estado sea brutalmente despolitizado, perderá centralidad como articulador de la vida pública, conduciendo un conjunto de reformas estructurales que lo llevarán hacia su minimización absoluta, tal vez su forma más acabada.

Los golpes militares al Estado que comienzan a registrarse desde 1964, en Brasil, extendiéndose por la década hasta mediados de la década de 1970, marcan un periodo de grandes transformaciones en la estructura política y económica de la región, teniendo como característica central tanto la puesta en marcha de severas reformas al Estado, como también el despliegue de una política represiva sobre amplios sectores de la sociedad civil. Desde el golpe de Castelo Branco, 1964, o el golpe del general Onganía en Argentina, 1966, comienza a gestarse un nuevo tipo de violencia político-militar que tiene como objeto intervenir el Estado y reorientar la sociedad civil en torno a un paradigma de dominación hasta entonces inédito. Se inaugura así "un proyecto de dominación continental, de naturaleza hegemónica",5 que reescribe la relación histórica entre inestabilidad política e intervención militar, a partir de la cual, el fenómeno dictatorial encontraba su explicación más requerida.6

GOLPES DE ESTADO Y MILITARIZACIÓN

Este proceso de militarización que viven el Estado y la sociedad civil tuvo la particularidad de ser epocal, describiendo con ello no sólo un fenómeno de coincidencias geográficas, sino, sobre todo, un estado de época que encontró su originalidad en los golpes "cívico militares" que irrumpieron cronológica y sintomáticamente en la primera mitad de la década de 1970 —Bolivia, en 1971; Chile y Uruguay, en 1973; Argentina, en 1976. También habría que tomar en consideración el hecho de que las dictaduras de Paraguay (desde 1954) y Brasil (1964), conducen, en los comienzos de la década de 1970, un cambio doctrinal del perfil represivo que hasta entonces habían exhibido. El "golpe dentro del golpe", en Brasil, 1968,7 y la promulgación, en 1969, de la Ley de Seguridad Nacional por el gobierno de Médici. El golpe de Estado al golpe de 1968, en el Perú, en 1975. En este contexto represivo no habría que olvidar, ciertamente, a México, allí donde la intervención policíaco-militar del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz cobró la vida de un número aún no precisado de estudiantes congregados en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, en 1968. Ocurriría lo mismo en 1971, cuando gobernaba Luis Echeverría, inaugurando con ello un periodo de intervención radical de la sociedad que tuvo como característica central el uso del ejército y sus tácticas de guerra en contra de su propia población civil.

Como vemos, se trata de un proceso que difícilmente puede ser analizado de manera particular, remitiéndolo a las especificidades nacionales en la que dichos golpes y procesos militares tuvieron lugar. Argentina, al igual que Bolivia, poseía una historia de golpes de Estado anterior a la década de 1970 completamente distinta de la que, a simple vista, uno puede apreciar en las historias políticas nacionales de Uruguay y Chile. Entonces, lo que habría que resaltar en este periodo es el momento de su integración regional, el carácter expansivo e internacional de su política represiva, a partir de la cual se alinearon las dictaduras militares. Dicha integración, que posee como punto articulador la Doctrina de Seguridad Nacional promovida por Estados Unidos durante la Guerra Fría, alcanzó niveles que configuraron lo que Alain Rouquié denominó "Estados militares", a la hora de describir la regularidad de la variable marcial en el autoritarismo latinoamericano de estas décadas.8

Así, los golpes abrieron una nueva época, a partir de la cual hizo entrada una estrategia de integración militar de carácter internacional (caracterizada ejemplarmente en el Cono Sur por la llamada Operación cóndor), que tuvo por objeto erradicar de la región no sólo el campo político y cultural de la izquierda (el comunismo, el utopismo revolucionario, la conciencia crítica, la atmósfera intelectual a través de la cual se nutrieron los partidos políticos de la revolución) sino, principalmente, a los sujetos portadores de dicha cultura: su militancia, el conjunto de hombres, mujeres y niños que se insertaban en el horizonte de sentido que dicha cultura había construido.

Desde la década de 1960 comienza a desplegarse un tipo nuevo de violencia en el continente, una violencia que escapó de las múltiples representaciones que, por entonces, la lucha política poseía. La radicalización de las vanguardias revolucionarias de izquierda, como la creciente movilización de amplios sectores sociales, contrastó con el final abrupto que estos proyectos sufrieron una vez que los golpes desdibujaran el imaginario sobre el cual se proyectaba la idea misma de revolución. Por primera vez en la historia política de América Latina, se pone en funcionamiento una máquina global de exterminio, cuya característica más significativa fue la coordinación supranacional, el esfuerzo de integración político-policial para destruir, torturar y "hacer desaparecer" al cuerpo mismo de la izquierda latinoamericana, en una guerra unilateral que no conoció fronteras nacionales ni límites ideológicos, y que excedió con creces el marco de representación a través del cual el campo cultural de izquierda articulaba sus relaciones con la escena política de aquellos años.

LA TEORÍA DEL ESTADO AUTORITARIO Y EL PROBLEMA DEL FASCISMO

En ciencias sociales, y al interior de un campo particular de la reflexión de izquierda, este proceso de militarización del Estado se denominó autoritarismo.9 Encuentra su particularidad más visible en el carácter fundante, sui generis, de la irrupción autoritaria en busca del establecimiento, bajo la lógica de la guerra, de un nuevo orden social de disciplinamiento de la sociedad civil, descrito a partir de la necesidad histórica de encontrar una solución violenta a la estructura de contradicción entre política y desarrollo económico, entre democracia y modernización. Desplegada por cuerpos militares altamente burocratizados, esta violencia tuvo por objeto implementar una lógica particular de guerra contra la sociedad civil y sus estructuras tradicionales de organización, dando lugar a un proceso de reordenamiento social cuya conducción dependió casi exclusivamente del Estado. Esta vez, bajo la noción de "Estado-autoritario".

Si bien el autoritarismo (visto como un sistema de enunciados en torno a un fenómeno de época) concibió al Estado como "el eje aglutinador de la investigación social",10 habría que agregar que fue, sin embargo, el primer esfuerzo por comprender este proceso de militarización de modo genérico, integrándolo al interior de una gran tendencia de cambio a escala continental. No se trató, esta vez, de proyectos específicos de dominación cuya naturaleza se hundía en las particularidades históricas de cada Estado nacional. Por el contrario, la emergencia del Estado autoritario mostraría un rasgo continuo, cierta regularidad en resolver, regionalmente, el desequilibrio estructural entre mercado y Estado, entre política y capitalismo. Así, la teoría del autoritarismo concibió al "gobierno autoritario" como conductor de un proceso de burocratización estatal, de re-ordenamiento institucional, tendiente a resolver la creciente contradicción entre una cultura política radicalizada en torno a la noción de cambio social, y la estructura económica internacional del capitalismo. El autoritarismo resolvió un dilema histórico, pero a través de una violencia (material y simbólica) que se dejaba leer como la variable "costo" entre el capital internacional y las expectativas políticas de desarrollo de los Estados nacionales.

Sin embargo, el debate en torno al autoritarismo encontró su límite real y efectivo en la desimbricación de la acción política y el discurso teórico que marcaron la práctica revolucionaria de la década de 1970. La revolución, que alimentaba y se dejaba alimentar por las ciencias sociales, pierde, en el curso de esta década, abruptamente, su centralidad temática. No sólo los centros de investigación fueron cerrados, al igual que las carreras universitarias vinculadas a la teoría social, sino que gran parte de los intelectuales del campo fueron severamente reprimidos, exiliados y censurados. Así, esta ruptura teórica que va de la revolución, "el tema central del debate político en América del Sur" en la década de 1960,11 a la comprensión de la naturaleza autoritaria del nuevo Estado, depende, más que de una crisis paradigmática, de la experiencia de violencia común que vivieron los intelectuales de izquierda una vez que tienen lugar los golpes militares al Estado. "De ahí —escribe Norbert Lechner— un primer rasgo de la discusión intelectual pos-73: la denuncia del autoritarismo en nombre de los derechos humanos. Los intelectuales no luchan en defensa de un proyecto, sino por el derecho a la vida de todos".12

La discusión generada por el autoritarismo significaría, en este contexto, el reposicionamiento del debate político en torno a una nueva figura del Estado pero, principalmente, respecto a una experiencia común que tiene a la vida misma como problema. De este modo, en el paso que va de la vida como problema (la lucha por el derecho a la vida) al autoritarismo como eje teórico a mediados de la década de 1970, se juega la recomposición del campo y, simultáneamente, la reorientación teórica a partir de la cual el Estado ocupará de nuevo una centralidad reflexiva. El autoritarismo, doctrina que le regalará la base ideológica a la democracia neoliberal en las décadas de 1980 y 1990,13 inaugura con los golpes de Estado un cambio radical de tono al interior de las ciencias sociales, por medio del cual la ciencia misma de la revolución dejaría sin palabras al discurso político de izquierda, objeto central de la intervención militar que vive el continente.

Por ejemplo, al interior del campo de la sociología latinoamericana opera un desplazamiento conceptual que tendrá una clara consecuencia en el discurso político de izquierda de aquellos años: la exclusión del fascismo como categoría descriptiva de los procesos de militarización en la Región. En este tránsito conceptual habría, también, que señalar como experiencia decisiva la "renovación socialista" que opera en el campo político tras la experiencia de derrota de los proyectos revolucionarios en América Latina, y la desintegración de la llamada "órbita socialista" europea a fines de la década de 1980.14

Se trata de una renovación conceptual que transita desde el fascismo, ilustrado por el célebre texto de Theotonio Dos Santos, Socialismo o Fascismo (1972),15 hacia la teoría del autoritarismo y la tesis de los "burocráticos autoritarios" de Guillermo O'Donnell (1976).16 Las consecuencias de este viraje conceptual, en el que un término que goza de popularidad teórica se desfundamenta radicalmente dando paso a otro, generó, sin embargo, un pequeño debate al interior de un campo mermado por la represión y la experiencia de la derrota. Destaca el texto de Atilio Borón, "El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en América Latina" (1977)17 y, ciertamente, Fascismo y Dictadura de Nicos Poulanzas (editado en español el año 1971).18 En ambos textos, cuya recepción es clave para la adscripción a la teoría del autoritarismo, el fascismo será retratado, si bien como un acontecimiento histórico actual y recurrente, dotado de un conjunto de características que lo situaban como un fenómeno específico de reacción nacionalista del gran capital interno, en que el Estado, a diferencia del Estado autoritario latinoamericano, poseía un claro papel ideológico de intervención.

Operaría, así, una cierta tecnificación del discurso académico en ciencias sociales. Al adoptar la figura del autoritarismo como categoría que le da singularidad a las dictaduras del Cono Sur, la Sociología des-operacionaliza la función política que ocupaba el fascismo en el imaginario de izquierda, estableciendo una separación radical del discurso teórico respecto del lenguaje revolucionario, lenguaje a partir del cual se nutría la intelectualidad de los años 60. En efecto, "muy temprano queda claro que no se trata de un fascismo, noción relegada al trabajo partidista de agitación",19 sino de una nueva composición del poder estatal cuya naturaleza viene definida como un proyecto global de transformación del Estado y sus instituciones. Por lo tanto, "esos regímenes, a diferencia del fascismo, no se basaban en la movilización popular, no hacían uso de una estructura partidaria y no necesitaban de expansión internacional".20

Así, en esta sofisticación analítica del discurso de las ciencias sociales, la política de izquierda pierde el sustento teórico que hacía verosímil la acción en la lucha revolucionaria, fundamentalmente en contra de un enemigo que pertenecía al imaginario político republicano (Salvador Allende llamó fascismo a lo que Fidel Castro llamó, y llama, imperialismo). Pero también, habría que agregar, las ciencias sociales pierden su vocación política. Al quedar sin referente material que vuelva efectivo al discurso teórico, la Sociología, y en general las ciencias sociales, pierden su relación con la acción política; pérdida descrita ejemplarmente por Beatriz Sarlo en el tránsito que va del intelectual orgánico a la organicidad del experto, del revolucionario contra el Estado, al administrador de los intereses del Estado.21 Así, paradojalmente, la crítica al "Estado Autoritario desemboca en la crítica a la concepción estatista de la política", vigente hasta la irrupción de los golpes de Estado en la década de 1970.22

Las consecuencias serán visibles en el campo de las ciencias sociales: adquiriendo mayor autonomía respecto de la práctica política, "la discusión intelectual (sobre todo en las izquierdas) logra desarrollar un enfoque más universalista (menos instrumental) de la política",23 a través del cual cobraría forma el discurso de administración de las expectativas democráticas y políticas que se instala a mediados de la década de 1980 a partir del concepto de "transición a la democracia".

Sin embargo, el imaginario político de izquierda entre 1960 y 1980, es decir: aquella generación que vivió a través de sus vanguardias (políticas, armadas, artísticas e intelectuales) una "sobredosis de sentido," al punto de hospedar "todos los significados de una época",24 se vio, de golpe, inscrita en una lógica de aniquilación que excedía hasta lo irrepresentable el propio "imaginario de muerte" que la lucha revolucionaria, y su cultura utópica, habían descrito en el ideario de la emancipación social. El fascismo, a partir del cual la intelectualidad latinoamericana heredó la forma más oscura del enemigo común, se transfiguró en una violencia político estatal que no conoció referente teórico, sino en la conducción efectiva de un proceso radical de eliminación del imaginario de izquierda y, esencialmente, del cuerpo social a través del cual dicho imaginario se sustentaba. Se trató de la instauración de un escenario biopolítico que, visible hasta nuestros días, desplazó al imaginario partisano de la lucha política por el cambio estructural de la sociedad. Dicho desplazamiento coincidió con el vaciamiento radical, no sólo del ámbito de las competencias públicas -donde cobra significación la acción política de vanguardia- sino de la comunidad política misma: la sustancia vital que hacía materialmente posible la existencia de un campo político en disputa.

MILITARIZACIÓN Y GUERRA FRÍA

Tal vez el inicio del libro de Jean Franco dedicado a los años de la Guerra Fría librada en América Latina, The Decline & Fall of the Lettered City, nos dé una fecha insigne del inicio de este proceso de militarización del Estado: la invasión a Guatemala por bandas militares financiadas por Estados Unidos en 1954.25 En este libro -cuyo logro consiste en reelaborar la reciente historia cultural de la región poniendo como dato esencial la Guerra Fría- aparece, tal vez por primera vez, el intento por integrar la historia de esta militarización a una narrativa que lo vislumbre, ya no de manera regional (como ocurrió con la teoría del autoritarismo), sino de manera mundial, al interior de un espacio de militarización a escala planetaria.

La llamada Guerra Fría, cuya característica principal consiste en producir un espacio de integración militar hasta entonces sin precedentes, abre el Continente a una nueva relación de fuerzas en que el Estado y la sociedad civil pierden su centralidad en las decisiones políticas locales, dando origen, en el caso particular de América Latina, a una nueva forma de Estado o de relación estatal. Así, la invasión a Guatemala marcó el inicio de un conjunto de intervenciones que son cruciales para comprender el tránsito que va del viejo ideal republicano del Estado nacional latinoamericano al escenario neoliberal globalizado; tránsito que describe la desagregación paulatina del aparato estatal, pero al interior del programa militar desplegado por la Guerra Fría en el hemisferio.

Se trata de la lógica de la intervención militar, el despliegue continental de la forma golpe de Estado, pero esta vez bajo el contexto de la Guerra Fría, es decir, de la expansión de una forma particular de guerra al interior de un horizonte de intereses estratégicos supranacionales. Una guerra ideológica que se extendió y se libró a un nivel planetario, global si se quiere, pero esta vez, a diferencia de las guerras mundiales anteriores, Cold War fue la forma de la guerra como amenaza a la inmolación nuclear del mundo, a la inminente extinción de la idea misma de mundo. Esto último resulta crucial, en la medida que la globalización, entendida como el actual panorama de integración económico-política que viviría el planeta, sólo es posible allí donde la propia noción de mundo se encuentra bajo amenaza, ante la inminencia del cataclismo financiero o el ataque nuclear irreversible. Digamos que la Guerra Fría es, en este contexto agonal de baja intensidad, la propia amenaza de la guerra, la pre-guerra, lo que Paul Virilio llamó pure war: el instante como emergencia total al acontecimiento guerra, pero ahí donde la guerra no es más su ejecución en el campo de batalla [Hot War], frente al despliegue geográfico del enemigo, sino su estado de "permanente preparación".26

De este modo, se configura en América Latina un espacio de militarización que tiene por objeto resolver la posición estratégica que la región cumple en el horizonte de amenaza desplegado por la Guerra Fría en el mundo, pero a la luz de un proceso endocolonizante27 que tendrá como fin logístico depurar la población civil al punto de asegurar la constitución de un nuevo modo de administración de la guerra y sus efectos económicos en la sociedad. El Estado (el Estado de Bienestar, por ejemplo) sufrirá así un cambio esencial en América Latina: éste ya no disciplina al cuerpo social en busca de asegurar la fuerza productiva que requiere el capitalismo, sino que, de ahora en adelante, elimina parte sustancial de esa fuerza, desplegando un horizonte de intervención donde todo el Estado, en cuanto aparato de producción, se encuentra dirigido hacia la consecución de un mismo fin: destruir parte sustancial del cuerpo social a través del cual el viejo patrón de acumulación nacional se sostenía. Así, la administración del capital nacional pasa a depender directamente de una máquina global cuya función es reinscribir la relación entre política estatal y producción regional. El punto crucial aquí es establecer, a la luz de este contexto, el estrecho vínculo no sólo entre Guerra Fría y militarización, sino entre neoliberalismo y guerra.28

Si como apuntó Brett Levinson, "el neoliberalismo de las llamadas naciones en desarrollo [..] es el liberalismo tardío [usa] a otra velocidad",29 dicha velocidad hace referencia al paso (veloz, en el curso de los últimos 30 años) entre dictadura y democracia, ahí donde la segunda queda materialmente determinada por la primera, en la medida que el terror cumple el primer paso que el Estado requería para despojarse de la estructura social a la que se encontraba determinado. En este sentido, la unidad histórica entre dictadura y capital mundial es esencial para comprender el comportamiento general del Estado latinoamericano actual, cuyo rasgo más visible es su invisibilidad total.30

Si bien el rótulo de fascismo que acuñó la izquierda para conceptualizar la violencia política de la que era objeto, fue tempranamente deshabilitado por la emergente teoría del autoritarismo, podría, sin embargo, permitirnos comprender un aspecto general de esta transformación del Estado. Por un lado, le es consustancial al autoritarismo, a la fase de burocratización de los regímenes militares, un momento fundacional, una fase "revolucionario-terrorista".31 Dicha fase, cuya característica fue el terror elevado a su máximo exponente bajo la forma indeterminada del "enemigo interno", coincidió con la afasia conceptual en ciencias sociales, con la crisis paradigmática que significó el estallido de los discursos emancipadores y revolucionarios de la izquierda. El fascismo, en este contexto de represión, fue más bien un recurso político destinado a movilizar un imaginario progresista severamente golpeado por la experiencia misma del fracaso político que significaban las dictaduras. Sin embargo, la cita política que se hizo del fascismo concentra, de modo retrospectivo, un conjunto de significantes que tendrán expresión en el actual Estado neoliberal, el "estado invisible", cuya característica más abyecta es su continuidad lógica respecto de la fase terrorista con la que abren los golpes de Estado el hemisferio.

Visto bajo esta óptica, este espacio de militarización no sólo fue extensivo, en el sentido de transformarse en una "solución general" para asegurar los exiguos procesos de modernización que se vivían en América Latina, tal como lo describió la teoría del autoritarismo. Sino que, también, fue "intensivo", puesto que derivaron en sangrientas dictaduras dirigidas a transformar la estructura política y la base social que sostenía el desarrollo económico en el continente, sobre la base de "colonizar" el cuerpo mismo de la nación. Los procesos de democratización que comienzan a gestarse a mediados de la década de 1980, y que marcan la conclusión del autoritarismo estatal, son, en esta línea, la extensión programática de estas dictaduras: una vez que parte esencial del campo político regional haya sido brutalmente removido, la democratización operará como un salvoconducto destinado a asegurar el ingreso irrestricto de la fuerza social a las dinámicas económicas y políticas del mercado globalizado.

En términos de Deleuze y Guattari, en el paso que va del Estado de Bienestar al nuevo escenario neoliberal le acontece al Estado un "flujo intenso de destrucción y abolición pura", que lo vuelve sobre sí bajo un acto de inmolación, en una suerte de "nihilismo realizado".32 Se trata de una pulsión suicida que tiene por objeto la guerra total, entendida ésta no bajo el axioma clásico de la guerra subordinada a fines políticos, sino por su anverso, allí donde la guerra no sólo pasa a constituir los fines políticos del Estado, sino también a encarnarlo operativamente. El Estado no está en guerra sino que es la guerra, puesto que lo que sucumbe en este espacio agonal de apropiación es su propio principio de legitimidad: la comunidad política que internamente lo sustenta. En este sentido, cuando el Estado se ha apropiado de la guerra, es decir, cuando la guerra misma tiene por objeto al Estado, "el aparato del Estado se apropia de [una] máquina de guerra, la subordina a fines 'políticos,' le da por objeto directo la guerra".33

Habría, entonces, una profunda relación entre endocolonización y el momento de apropiación de la máquina de guerra por parte del Estado latinoamericano. La guerra interna, desatada por ejércitos nacionales en contra de su propia población, coincide con esa pulsión suicida que cruza la trayectoria del Estado y que va invariablemente desde la dictadura a los nuevos regímenes democráticos, durante los cuales el Estado no sólo pierde centralidad teórica sino también presencia política e ideológica. La llamada desaparición del Estado se vuelve, así, indisociable del terror desplegado militar y estratégicamente sobre el cuerpo político de la nación: con él se realiza tanto la consumación de un nuevo programa de acumulación del capital internacional, globalizado, si se quiere, como también la reforma de ajuste y minimización que el Estado requería para poner en marcha su ingreso total al mercado mundial. "El genocidio [escribe Federico Galende] no es un accidente inherente al reordenamiento de la sociedad, sino la función a través de la cual la burguesía destraba la 'lógica de acumulación' de los obstáculos impuestos por el debate político de la sociedad".34

Sin embargo, en términos simbólicos, coincide también con la idea de que el "golpe de Estado" acaba con la idea de Estado y, ciertamente, con la noción misma de "golpe de Estado", en la medida que ya no queda Estado donde poder efectuar un golpe.35 Los golpes no sólo dieron fin a una estadolatría36 incubada en los proyectos emancipadores del Continente, sino que, además, ponen fin a la forma misma de Estado, suprimiendo con ello el fundamento político-social de legitimación de su poder. El último acto de soberanía jurídico que ostentó el Estado latinoamericano fue aquel que tuvo por objeto purgar el cuerpo mismo de la nación, en cuya estructura se alojaba el principio de legitimidad que lo volvía soberano. Un acto de inmolación, de sacrifico recursivo destinado a destruir, digamos, sus propias "condiciones de posibilidad". De este modo, la desagregación actual del Estado sólo puede ser comprendida a cabalidad si se la contrasta con la aparición de este "flujo suicida" que lo atraviesa desde el momento irruptivo de los golpes, y que, de acuerdo con Deleuze y Guattari, comentando precisamente a Virilio, encuentra su primera expresión histórica con el fascismo:

    Cuando Paul Virilio define el fascismo no por la noción de Estado totalitario [como lo haría una larga tradición, entre ellos Hannah Arendt o el propio Michel Foucault], sino por la de Estado suicida, su análisis nos parece profundamente justo: la dominada guerra total [Pure War, diría Virilio] aparece así no como una empresa de Estado, sino como la empresa de una máquina de guerra que se apropia del Estado y hace pasar a través de él un flujo de guerra absoluta que no tendrá otra salida que el suicidio del propio Estado.37

DOCTRINA DE SEGURIDAD NACIONAL, MILITARIZACIÓN Y BIOPOLÍTICA

Entonces, habría que trazar un horizonte de reflexión que "lea" la militarización en la década de 1970 en América Latina a partir de un conjunto de procesos implicados internamente. En primer lugar, el viraje doctrinal que se disemina en la región bajo la lógica de Seguridad Nacional y su referencia global respecto del despliegue sistemático de posicionamientos agonales al interior del marco de la Guerra Fría.38 La militarización del Continente constituye un foco particular en el desencadenamiento estratégico de Estados Unidos y el despliegue de su programa ideológico en el hemisferio sur de América. La doctrina de Seguridad Nacional, que tiene como momento de fundación la aprobación del memorándum NSC-68 por el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos en 1950, constituye la base teórica con que los cuerpos militares latinoamericanos "comprendieron" su función beligerante en el contexto geopolítico diseñado por la guerra. Esto último, respecto del rol que jugaron el National War Collage y la conocida Escuela de las Américas en la formación de la oficialidad latinoamericana, como también la función desempeñada por los programas de cooperación militar con Estados Unidos que suscribieron casi todos los países entre 1950 y 1952. En este sentido, la Doctrina de Seguridad Nacional no sólo funcionó como el marco conceptual que dio nombre a la experiencia política de izquierda en el contexto de la Guerra Fría, sino que, a su vez, se constituyó para las cúpulas militares en "una teoría completa y comprensiva del Estado, así como del funcionamiento de la sociedad"39 en la trama general de inestabilidad estructural que las naciones internamente padecían.

En segundo lugar, la guerra contra el comunismo, contenida en el proyecto ideológico desplegado por la Doctrina de Seguridad Nacional, fue también una guerra que tuvo como característica esencial la aniquilación programada de una cultura específica del campo político, llegando incluso a exceder el propio horizonte semántico que el concepto "comunismo" trazaba al interior del espacio de acción política hasta entonces en disputa. Nadie, ni nada, estaba a salvo una vez que el terror impregnó a la sociedad de la lógica de la guerra interna, debido a que fue desarrollada desde y por la estructura misma del Estado, el cual, históricamente, se había encargado de construir el principio de legalidad que regía el ingreso social al espacio público. Una guerra que no tuvo "afuera", en el doble sentido del término: ya no era posible, para aquellos que habían sido signados como elementos de la subversión, ingresar al plano de las mediaciones políticas puesto que, de hecho y de derecho, estaban ya en el no-lugar inaugurado por la excepción; pero tampoco había "afuera" en el "afuera" mismo de las fronteras geográficas en las que se autorizaba el ejercicio monopólico de la violencia militar. El exilio, que durante decenios marcó los flujos de una intelectualidad integrada bajo el principio de la solidaridad latinoamericana, se transformó, repentinamente, en una trampa mortal, debido no sólo al carácter continental de la militarización, sino de la integración profunda y extensiva que las dictaduras coordinaron una vez que el horizonte geopolítico del Hemisferio quedara atrapado en la dinámica genocida de una "máquina de guerra".

De este modo, se pondrán en funcionamiento en el Continente un sistema integrado de procesos de refundaciones nacionales, de reordenamientos disciplinarios de la sociedad civil, por medio de la suspensión programada de la ley y de sus garantías constitucionales en un espacio amplio de integración represiva. En la medida en que el "cuerpo social" constituyó el principal objeto de intervención militar, se da lugar a lo que Giorgio Agamben caracterizó como el meollo bio-político del Estado moderno: la capacidad de producir, en el orden de la ley, un espacio jurídico ilocalizable de intervención social, destinado a regular el proceso de inscripción de la vida en la ciudad.40 El objetivo fue, en el caso de las dictaduras de las décadas de 1960 y 1970, erradicar cualquier proyecto político que poseyera al Estado como objeto, poniéndolo indefinidamente en excepción, digamos: en un "estado de sitio" permanente.

Agamben ha demostrado, con efectividad a nuestro parecer, como el "Estado de excepción" que inaugura el fascismo en Europa (el "soporte legal" mismo de los campo de la muerte) proviene del propio sistema jurídico que protege el principio de soberanía del Estado. Así, le es consustancial al Estado moderno una suerte de vocación biopolítica, cuya característica más relevante será la formación y el cuidado del cuerpo de la nación. En palabras de Agamben: "la novedad de la biopolítica moderna es, en rigor, que el dato biológico es, como tal, inmediatamente político y viceversa",41 dando origen a un conjunto de prácticas estatales en las que el dato natural de la vida comienza a presentarse como un objetivo político indispensable para mantener el principio de legitimidad del Estado soberano.

Así, un rasgo esencial que mostrarán invariablemente las dictaduras del Cono Sur y los procesos de militarización en el continente, será su obsesión por el cuerpo, por cierto cuerpo social, y por la estructura de sociabilidad que ese cuerpo (cultural, pero esencialmente humano) había adquirido con los años.

En primer lugar, el cuerpo como problema político, como el último plano de operatividad de los organismos estatales de represión, marca un nuevo paradigma de intervención que tiene su correlato histórico en el imaginario concentracionario de la Europa fascista. Tanto para Agamben como para Virilio, la característica del Estado mínimo, neoliberal si se quiere, radica precisamente en este cambio paradigmático del poder del Estado, cuyo plano de efectividad no será más lo social como entidad abstracta, sino el cuerpo social mismo, en torno al cual se despliega la fuerza de una inscripción que tuvo su momento histórico de emergencia con el fascismo, la primera gran tendencia endocolonizante y, por ende, esencialmente biopolítica. Así, la teoría del autoritarismo, al perder referencialidad en el campo de la acción política, se salta el hecho fundamental a través del cual la militancia política de izquierda es despojada de su sociabilidad por vía de la reducción brutal de la vida a un conjunto de cuerpos intervenibles, y que sólo la abyección nominal del fascismo, esa guerra que tiene al Estado como objeto,42 podía modular.

En segundo lugar, los cuerpos reales, la militancia viva como soporte de una guerra que inscribía en ella su propio lenguaje de muerte genocida, encontrará expresión en un Estado de excepcionalidad (político, moral) en el que la propia condición humana perdía su referencia real, mostrando al "nuevo orden" en un más allá del universo cultural que hasta entonces prevalecía. Digamos que el autoritarismo, como categoría explicativa, no alcanza a dar respuesta al hecho más fundamental que se inscribe con ferocidad en la historia de estas dictaduras: la muerte de la politicidad, del espacio público, por medio de la supresión de la vida misma. "Esa" cultura de izquierda, esa militancia que construyó un sentido político en torno a la idea de revolución desapareció en un acto político-militar sin precedentes, puesto que la violencia desatada contra esa cultura y esa militancia no buscaba suprimirla, censurarla, sino hacerla desaparecer, "borrarla del mapa" destruyendo maniáticamente al cuerpo mismo que la ponía en movimiento, encarnándola. Hombres, mujeres y niños serán objeto de un poder de inscripción masivo a la vida política, en el que no sólo la cultura les será sajada por medio de una escala de padecimientos técnicamente inéditos, sino, sobre todo, les será apropiado el cuerpo y la vida misma adherida a él, la singularidad vital del nombre, para luego hundir por siempre los restos en las profundidades ajenas del mar.

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NOTAS

1 Si bien habría que matizar esto último, de acuerdo con las intensidades locales con que se manifestó el neoliberalismo en la región, también habría que evaluar el curso general que adoptó este fenómeno en los últimos años. No tenemos tiempo ni espacio aquí para desarrollar este punto con mayor precisión. Sin embargo, a modo de excurso, valdría la pena señalar el carácter estratégico continental que adquirió en la década de 1990 y comienzos del 2000, el conjunto de transformaciones del Estado (cuyo emblema ideológico fueron las llamadas "reformas estructurales", las "modernizaciones del Estado" o el "consenso de Washington") necesarias para gestionar el ingreso de las economías nacionales a la plataforma estructural del capitalismo mundialmente integrado.

2 En el caso particular de la descentralización del Estado, cuyo emblema es la posibilidad de fortalecimiento de la sociedad civil en la toma de decisiones políticas, habría que analizar de modo concreto si acaso no constituyó (o constituye) un discurso que se encuentra cruzado, precisamente, por la pérdida de centralidad de la política respecto del mercado. Es decir, si acaso la retórica descentralizadora no es constitutiva, en términos generales, de la pérdida de politicidad de la sociedad respecto de las decisiones económicas, argumento que viene a reafirmar la idea de que las transformaciones del Estado latinoamericano son consustanciales a los intereses del sistema económico mundial.

3 Esto último no quiere decir que ya no sea posible un golpe de Estado en la región. El reciente caso hondureño, o los intentos de golpe en Bolivia y Venezuela a lo largo de la primera década del siglo XXI (o el autogolpe de Estado de Fujimori, en 1992) parecieran constituir sólidos argumentos para desmentir la forma general de esta proposición. Más bien lo que ocurre es que el último acto contra el Estado latinoamericano coincide con un proceso radical de descentralización y despolitización del aparato estatal, teniendo como efecto la imposición de nuevas estructuras de control político. En efecto, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial parecieran hoy en día tener mayor injerencia en los proyectos políticos regionales que las decisiones promovidas por sus administraciones locales.

4 Jorge Larrain, Identity and Modernity in Latin America, Reino Unido, Polity Press, 2000, p. 134.

5 Roberto Bergalli, "El vuelo del Cóndor sobre la cultura jurídica y el sistema político", en Samuel Blixen (ed.), Operación Cóndor, Uruguay, virus Editorial, 1998, p. 12.

6 Como rasgo esencial de aquella historia política aparece la inestabilidad endémica de las instituciones democráticas, al punto de señalar una cierta especificidad del campo político latinoamericano. Por ejemplo, el hecho de que la figura del "dictador" —representado en las historias nacionales y la literatura latinoamericana como el "tirano ilustrado", "el patriarca"— constituyera una experiencia política arquetípica de América Latina. Incluso describiría a un actor esencial en la historia del proceso de modernización de los Estados-nacionales. Desde esta perspectiva, fue posible leer esta historia latinoamericana de violencia militar como la continuidad de este rasgo identitario del Estado y el curso específico que adoptaron sus prácticas políticas locales. Cfr. Ángel Rama, Los dictadores latinoamericanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1976.

7 Idelber Avelar, Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo, Santiago, Cuarto Propio, 2000, p. 58.

8 Probablemente Centro América constituyó el ejemplo más palpable de esta dinámica de militarización del Estado, bajo los signos del Estado militar pretoriano ejercido por la dinastía Somoza, hasta 1979, en Nicaragua; el Estado militar contrainsurgente de Guatemala, desplegado durante el gobierno de Jacobo Arbenz (1950-1954) y realizado brutalmente con la intervención militar estadounidense de 1954; en Honduras durante el mandato de Oswaldo López Arellano (1972-1975); en El Salvador, principalmente con el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, encabezado por el coronel Adolfo Majano. Cfr. Alain Rouquié, The Military and the State in Latin America, Berkeley, University of California Press, 1987.

9 El cuerpo de textos emblemáticos lo constituyen: Guillermo O'Donnell, "Reflexiones sobre la tendencia de cambio en el Estado Burocrático-Autoritario", Buenos Aires, Documentos cedes, 1976; José Joaquín Brunner, La cultura autoritaria en Chile, Santiago, Flacso, 1981; Manuel A Garretón, Dictaduras y democratización, Santiago, Flacso, 1984.

10 Norbert Lechner, Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 21.

11 Ibid., p. 17.

12 Ibid., p. 20.

13 En el sentido de que las transiciones no constituyeron procesos efectivos de democratización. Más bien constituyeron gobiernos destinados a administrar las expectativas democráticas de la sociedad. De ahí, por ejemplo, que parte importante del debate politológico se concentrara, por entonces, en dilucidar su fin: el paso real y definitivo a la vida en democracia.

14 No deja de ser curioso el hecho de que la "renovación" ocurriera, en principio, de modo teórico, es decir, de la evaluación de la teoría marxista clásica respecto de la experiencia política real. Digamos que la renovación acontece al revés de lo que ocurrió con el eurocomunismo después del Mayo francés de 1968. Esto es: no es la práctica política la que vuelve insuficiente el "marco teórico" a través del cual dicha práctica encontraba fundamento y proyección en el campo de las luchas sociales. Es, por el contrario, la propia teoría social la que deshabilita la práctica política que con entusiasmo promovía, una vez la "gran enseñanza" de la que habla Lechner haya impactado vitalmente a la intelectualidad de la izquierda latinoamericana. Cfr. Tomás Moulian, Chile Actual: Anatomía de un Mito, Santiago, Arcis-Lom, 1997, p. 256.

15 Theotonio Dos Santos, Socialismo o fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano, Santiago, Ediciones Prensa Latinoamericana, 1972.

16 G. O'Donnell, "Reflexiones sobre la tendencia de cambio en el Estado...", op. cit.

17 Atilio Borón, "El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en América Latina", Revista Mexicana de Sociología, núm. 2, México, IIS -UNAM, 1977.

18 Nicos Poulantzas, Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI Editores, 1998.

19 Lechner, op. cit., p. 21.

20 Idelber Avelar, op. cit., p. 82.

21 Cfr. Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.

22 Lechner, op. cit., p. 21

23 Ibid., p. 24.

24 Nicolás Casullo, Pensar entre épocas. Memoria, sujetos y crítica intelectual, Buenos Aires, Editorial Norma, 2004, p. 9.

25 Jean Franco, The Decline & Fall of the Letterd City, Cambridge, Harvard University Press, 2002, p. 3.

26 Paul Virilio, Pure War, Nueva York, Semiotext(e), 1983, p. 92.

27 Ibid., p. 95.

28 En este punto valdría la pena señalar la distancia que nos separa de la interpretación que Ludolfo Paramio hace sobre la militarización en el continente. Según sus palabras: "Es muy posible que la causa última de la cruel brutalidad de las dictaduras militares del Cono Sur fuera la ambición y la carencia de escrúpulos de sus protagonistas, y que las ideas sólo pesaran después, a la hora de justificar sus actuaciones...". Este juicio, conclusivo por lo demás, descansa en la idea de que la militarización y su guerra, que el terrorismo de Estado desplegado de modo sistemático y programático, y que las profundas transformaciones al Estado latinoamericano tuvieron de fondo una dimensión subjetiva, psicológica, secreta ("es muy posible..."), reducible a las características de los actores en disputa. En cambio, lo que nos interesa resaltar aquí es justamente lo contrario: la idea de que hubo un proceso de articulación genocida de carácter continental, cuya explicación, cuyo sentido viene dado por un programa bélico diseñado por intereses estratégico-militares (lo que Paramio llama "la dimensión internacional" del golpismo) que, a su vez, se articularon en un programa de reforma estructural del patrón de acumulación del capital: el llamado capitalismo mundialmente integrado. Cfr. Ludolfo Paramio, "Tiempos del golpismo latinoamericano", Revista Foro 42, 2001, pp. 82-96, esp. p. 94.

29 Brett Levinson, "Pos-transición y poética: el futuro de Chile actual", en N. Richard y A. Moreiras (eds.), Pensar en la postdictadura, Santiago, Cuarto Propio, 2001, pp. 41-54, esp. p. 41.

30 Cfr. Jon Beasley-Murray, "La constitución de la sociedad", en N. Richard, A. Moreiras (eds.), Pensar en/la Postdictadura.., op. cit., pp. 23-40.

31 Moulian, op. cit., p. 171.

32 G. Deleuze y F. Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 1988, p. 233.

33 Ibid., p. 420.

34 Federico Galende, "La izquierda entre el duelo, la melancolía y el trauma", Revista de Crítica Cultural 17, 1998, pp. 42-47, esp. p. 46.

35 De nuevo, no se trata de que se haya vuelto imposible la figura de un golpe de Estado en la región, como el hecho de que la rotundidad con que se manifestaron entre 1960 y 1980 sea una experiencia que culmine con el patrón tradicional de ejercicio del poder que ostentaba el aparato estatal. En esta línea, las figuras más recurrentes hoy en día no son los golpes de Estado sino, dentro de la retórica administrativa e institucional, lo que ha venido llamándose "crisis de gobernabilidad".

36 Moulian, op. cit., p. 175.

37 G. Deleuze y F. Guattari, op. cit., p. 234.

38 Cfr. Stella Calloni, Los años del lobo, Buenos Aires, Ediciones Continente, 1999; Luis Maira, "El Estado de Seguridad Nacional en América Latina", en Pablo González Casanova (ed.), El Estado en América Latina: teoría y práctica, México, Siglo XXI Editores/Universidad de la Naciones Unidas, 1990, pp. 108-130.

39 Maira, ibid., p. 117.

40 Giorgio Agamben, Homo Sacer: El Poder Soberano y la Nuda Vida, Valencia, Pre-textos, 1998, pp. 222-224.

41 Ibid., p. 187.

42 G. Deleuze y F. Guattari, op. cit., pp. 219-234.

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Luchas en América latina


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Los Dictadores en América Latina

    Introducción.
    Antecedentes.
    Desarrollo
    Conclusión.
    Fuentes de información.

INTRODUCCIÓN.

En la antigua Roma, cuando la república debía enfrentarse a situaciones de extrema gravedad, los cónsules designaban a un dictador que asumía todos los poderes hasta el restablecimiento de la normalidad. Tras el surgimiento de las modernas democracias en el siglo XIX, el término de la dictadura volvió a ser utilizado, esta vez para designar aquellos regímenes políticos cuya legitimación no se fundamentaba en el modelo democrático liberal.

Se llama dictadura o régimen autoritario a una forma de organización política según la cual el poder está encarnado en una persona o en un pequeño número de personas, que lo ejercen de forma absoluta. Tal sistema político recibe también, a veces, la denominación de totalitario, si bien el concepto de totalitarismo se ha utilizado más estrictamente para designar a movimientos ideológicos en que la persona y la sociedad se subordinan al estado, como sucedió en el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o el socialismo estalinista.

Por lo general de un régimen dictatorial suele ser el resultado de un proceso de profunda convulsión social, provocada por una situación revolucionaria o por una guerra, y se produce normalmente por medio de un movimiento militar contra las estructuras del poder anteriormente establecido, movimiento que adopta la forma de golpe de estado. En unos casos, tal movimiento militar se produce en defensa de los intereses de los grupos minoritarios del estado; en otros, en apoyo de sectores más amplios.

En ocasiones, el origen de un régimen dictatorial no se halla en un golpe militar, sino en un golpe de estado político, llevado a cabo desde las propias estructuras del sistema que se pretende abolir. Tal fue el caso de la dictadura nazi impuesta por Adolf Hitler en Alemania o el de la dictadura fascista de Benito Mussolini en Italia. La debilidad de las instituciones es aprovechada en estos casos para imponer la atribución explícita del poder político a un partido de talante no democrático, que ya a impuesto socialmente su prepotencia.

Los estados dictatoriales han buscado su legitimación en teorías como la del "caudillaje", según la cual en determinadas épocas históricas surgen en algunas comunidades personas dotadas de un especial carisma o dotes providenciales y destinadas a conducir a la nación hacia determinados objetivos de valor trascendente. En otros casos, estos regímenes se han dotado de formas democráticas que aceptan, incluso, la existencia de partidos políticos afines, así como la celebración periódica de elecciones, ganadas invariablemente por aquellos mismos que las convocan.

Además de las habituales medidas policiales o de fuerza que utilizan para asegurar su mantenimiento en el poder, las dictaduras suelen recurrir también, de manera sistemática, a la propaganda política y al culto a la personalidad del máximo dirigente como medio eficaz de asegurarse el apoyo activo de la población.

En América Latina, pese a la poderosa influencia que en su origen y posterior configuración tuvieron las ideas de la revolución francesa, numerosos países latinoamericanos vivieron desde su nacimiento largos períodos de anormalidad democrática. El siglo XIX presenció el surgimiento de numerosos caudillos que, desde provincias o regiones periféricas, se rebelaron contra los débiles gobiernos centrales y se hicieron con el control político de sus respectivos países. Son ejemplos destacados del caudillismo decimonónico Juan Manuel de Rosas en la Argentina, José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay y Antonio López de Santa Anna en México. Ya en el siglo XX, la instauración de regímenes dictatoriales respondió en general a situaciones nacionales de mayor complejidad en las que las motivaciones personales de quienes dirigieron los levantamientos desempeñaron un papel no exclusivo.

ANTECEDENTES.

Guerra de independencia: lucha armada, guerra civil…

La Guerra de Independencia de los pueblos hispanoamericanos fue cruel, encarnizada, y puso de manifiesto las luchas internas de poder entre la élite criolla. La clase dominante se fraccionó en distintos grupos de poder: patriotas realistas, centralistas, federalistas, moderados, liberales y conservadores. Por ejemplo, en Chile, el Congreso Nacional estaba dividido en grupos: moderados e independentistas (encabezados por Bernardo O'Higgins). En Venezuela, el Congreso Nacional mostró, también, diferencias entre los grupos políticos, sin embargo, los grupos a favor de la independencia dominaron. Francisco de Miranda y Simón Bolívar (ambos independentistas) organizaron, en 1810, la Sociedad Patriótica, con el fin de lograr la separación. Venezuela declaró la independencia en 1811, y redactó una constitución que adoptó la forma de gobierno republicano y federal, similar a la Constitución de Estados Unidos. Los conflictos internos y la movilización de las fuerzas españolas sofocaron y suprimieron la Primera República de Venezuela. Ante el fracaso venezolano, y las pocas posibilidades de lograr el apoyo de Nueva Granada para la recuperación de Venezuela, Bolívar decidió exilarse en Jamaica.

En México, los sectores populares más afectados por las luchas entre criollos y peninsulares fueron los indios y los mestizos. Ante las pésimas condiciones sociales y económicas del campesino indígena, el padre Miguel Hidalgo se levantó en rebelión, en 1810. El Grito de Dolores inició la guerra de independencia de México. Este movimiento era esencialmente indígena y campesino, y careció del apoyo de los sectores dominantes como la iglesia y la elite criolla. Ante la derrota y muerte de Hidalgo, en 1811, José María Morelos retomó la lucha armada. Para 1813, éste convocó el Congreso de Chilpancingo, y planteó la independencia absoluta de México. La causa libertaria de Morelos quedó truncada, en 1815, al ser capturado y ejecutado.

En la región de La Plata (Buenos Aires), la lucha entre criollos y peninsulares se vio afectada por otra fuerza externa que ejerció presión sobre la región: Inglaterra. En los años de 1806 y 1807, La Plata fue ocupada por Inglaterra. Esta ocupación provocó una crisis en la administración colonial, pero, también, estimuló el espíritu nacionalista de los porteños, y puso de relieve la fragilidad del imperio español. La única colonia en Sur América que mantuvo la adhesión y lealtad a España fue Perú. Razones de tipo social y racial contribuyeron a este hecho: la clase criolla peruana prefirió mantener la lealtad a España ante el temor de una alianza entre los mestizos y los indios, que eran numéricamente superiores a ellos, pues dicha alianza podía poner en peligro sus intereses económicos y sociales.

En el Caribe, Puerto Rico y Cuba también permanecieron leales a España. Sin embargo, en ambas islas, comenzó a perfilarse un movimiento a favor de la independencia. En Puerto Rico, por ejemplo, hubo una gran simpatía hacia la causa libertaria, y el pueblo puertorriqueño se negó a participar militarmente en contra de los hermanos latinoamericanos. Ante la solidaridad manifiesta de Cuba y Puerto Rico a la guerra de independencia, España decidió reforzar el sistema represivo en las islas con el fin de evitar levantamientos revolucionarios, y logró retener las islas.

Las colonias centroamericanas también se rebelaron contra España. De hecho, la primera provincia en declarar su independencia fue El Salvador. Al contrario de México, la rebelión centroamericana fue fundamentalmente elitista, y tuvo poca participación de los sectores populares. En 1823, el reino de Guatemala -compuesto por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica- declaró la independencia y en 1824,se organizó la República Federal Centroamericana. No obstante, la República Federal Centroamericana enfrentó serias dificultades que la llevaron finalmente al rompimiento que dio origen a las naciones que conocemos hoy. Para 1815, parecía que el movimiento independentista de las colonias españolas había fracasado. En 1816, las fuerzas expedicionarias de Pablo Morillo reprimieron con dureza a Nueva Granada y Venezuela. A pesar de la reacción antirevolucionaria, comenzaron a resurgir fuerzas de resistencia, como las guerrillas. El movimiento independentista renació con el gran triunfo de la batalla de Boyacá, con el cual se liberó Nueva Granada, y se proclamó la formación de la República de la Gran Colombia, compuesta por Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Bolívar encargó la tarea de libertar al Ecuador al general Antonio José de Sucre, y ésta se completó en 1822.

Mientras la lucha bolivariana se recrudeció en el norte de Sur América, en Chile, las fuerzas realistas dominaban la región, y correspondió a José de San Martín la liberación de este país. En la batalla de Chacabuco, de 1817, San Martín derrotó a los españoles, pero fue en la batalla de Maipú cuando San Martín logró la independencia de la región. El triunfo revolucionario en Chile permitió el establecimiento de un gobierno encabezado por O'Higgins, y con su apoyo, San Martín preparó la campaña para conquistar Perú. En ese mismo año, Agustín de Iturbide, en México, proclamó el Plan de Iguala, que declaró la independencia de México. El encuentro de Bolívar y San Martín se produjo en Guayaquil. Como resultado de la entrevista, San Martín renunció a sus cargos, volvió a Chile, y emigró definitivamente a Europa, Bolívar recurrió a Sucre para la liberación del Alto Perú. La batalla de Ayacucho puso fin a las guerras de independencia, y, con la independencia del Alto Perú, nació Bolivia.

Al contrario de las guerras de Independencia de las colonias españolas, la independencia de Brasil no fue tan devastadora. Brasil se convirtió en la sede del gobierno portugués cuando Napoleón ocupó Portugal, y esta presencia fue importante en el desarrollo de la colonia: Río de Janeiro creció y se fortaleció económicamente, y Portugal permitió reformas económicas en Brasil que beneficiaron a los comerciantes brasileños. En el aspecto político, Brasil era regido como un estado autónomo; no obstante, en 1820, se produjo, en Portugal, un levantamiento que exigió la convocación a cortes y el retorno del rey Joao VI. Ante el retorno del rey, las cortes propusieron revocar el gobierno autónomo de Brasil, y esta situación provocó que el heredero al trono de Portugal, Pedro de Braganza -radicado en Brasil- se pronunciara en contra del gobierno de Portugal. Este determinó levantarse en rebelión, declaró la independencia, y se convirtió en el primer emperador de Brasil.

Efectos de la guerra

La lucha por la independencia tuvo serias implicaciones en los recién independizados territorios: la independencia no aseguró el fin de las guerras civiles, y los conflictos regionales se agudizaron luego de la guerra. Las tensiones sociales y raciales prevalecientes durante la guerra polarizaron las sociedades de los nuevos países. El poder político de las naciones independizadas fue débil, y promovió el desarrollo del caudillismo. Aunque la guerra terminó con el monopolio español, las naciones latinoamericanas quedaron a merced de la influencia económica de Estados Unidos e Inglaterra, que dominaban el mercado atlántico. Esto representó un problema adicional, pues el fuerte desarrollo económico de los norteamericanos resultaba demasiado competitivo para los países recién independizados. Además, en ellos, prevalecía un clima de confusión, desorganización e inestabilidad. Luego de la independencia, las naciones latinoamericanas atravesaron serias dificultades de tipo político y económico que más bien generaron la disgresión de los estados. Además, las potencias extranjeras (como Estados Unidos) veían con gran recelo la unidad latinoamericana, pues podía poner en peligro sus intereses sobre la región.

Después de la independencia, Guatemala buscó apoyo en México como aliado para poder mantener la oligarquía en el poder. Gabino Gaínza declaró su anexión a México e inmediatamente, Iturbide envió un ejército al mando del general Vicente Filísola, que fue muy bien recibido en la capital del reino. Pero se produjo una disensión: El Salvador se sublevó contra los mexicanos, y el ejército de Filísola se dirigió hacia aquella provincia, a la cual pudo someter. A la caída de Iturbide, Filísola volvió a Guatemala, donde la situación había cambiado, y se encontró muchos más partidarios de la separación de México y de una independencia total. Propuso convocar un congreso para decidir lo que había de hacerse. El congreso, reunido el 24 de junio de 1823 en Guatemala, declaró la independencia total. El reino de Guatemala pasó a llamarse Provincias Unidas de Centroamérica, y se nombró un gobierno provisional de tres miembros, encabezado por el doctor Pedro Molina, con la misión de redactar una constitución.

Cuando se redactó la constitución, de influencia norteamericana, en noviembre de 1824, el país pasó a llamarse República Federal Centroamericana. Esta estaba formada por cinco estados, que tenían, a su vez, poderes ejecutivos, legislativos y judiciales completamente autónomos dentro de sus límites territoriales. Las luchas de las oligarquías provinciales para mantenerse en el poder, y la de todos contra el intento centralizador de Guatemala, donde residía el gobierno nacional, llevaron a la disolución de la federación. El presidente, Manuel Arce, y el gobernador de cada provincia (en Costa Rica, Juan Mora Fernández; en Nicaragua, Manuel Antonio de la Cerda; en Honduras, Dionisio Herrera; en El Salvador, Juan Vicente Villacorta; en Guatemala, Juan Barrundia), todos ellos pertenecientes a la oligarquía terrateniente, organizaron gobiernos provinciales fuertes y poco a poco fueron separándose del gobierno central. Nicaragua, Honduras y Costa Rica se declararon independientes en 1838, Guatemala, en 1839, y El Salvador se independizó en 1841.

Comienzo de la vida independiente

Al concluir el siglo XIX, América Latina quedó dividida en 19 naciones y unos territorios incorporados, inmersos en un proceso de formación de nacionalidades que se caracterizará por la violencia que generará la política de los recién nacidos países, en torno a asuntos tales como la anarquía, los gobiernos dictatoriales y la definición de fronteras. Prácticamente todos los países latinoamericanos, menos Brasil, tendrán conflictos de esta naturaleza. La inexperiencia política de los criollos, junto con las luchas civiles y la ambición imperialista de otros países, propiciará la intervención continua de potencias extranjeras como los Estados Unidos e Inglaterra. Esta intervención será el precio que habrá que pagar por irse incorporando a la economía mundial, y al capitalismo europeo, en especial, con Inglaterra.

Al concluir el proceso de liberación, cada una de las nuevas naciones se inició en el ejercicio de la vida independiente en circunstancias muy variadas. Por ejemplo, México sobresale por la complejidad y variedad de los problemas que tuvo que enfrentar, análogos a los que sufrió durante su vida colonial. Además, su posición geográfica lo coloca en una situación conflictiva, pues es, también, la frontera norte de América Latina, y el punto más propicio para la penetración de los países que quisieron apoderarse del control que había perdido España. En otros países, los procesos fueron menos intensos, más localistas, o más uniformes.

México

México inicia su vida independiente bajo el imperio de Iturbide, en 1821 pero, en 1824, promulgó su constitución, y se creó la República Federal de los Estados Unidos Mexicanos. Surgen dos bandos: los centralistas y los federalistas, quienes se debatirán el poder durante casi dos décadas. Durante la decada de 1830, ante la creciente inmigración de estadounidenses al territorio de Texas, el presidente Santa Anna ordena las fronteras texanas, por lo que surgió el conflicto de Texas: los texanos se declararon independientes, y Santa Anna atacó la región para reintegrarla a México. Logró su primera victoria en El Alamo pero, más tarde, fue derrotado. Como resultado, Estados Unidos se apoderó del territorio de Nuevo México y la Alta California. En un segundo enfrentamiento, los norteamericanos invadieron México. El tratado Guadalupe-Hidalgo devolvió la paz: México cedió el territorio desde el Río Grande hasta el Pacífico, y recibió 15 millones de dólares como indemnización.

Tras años de continuas luchas por el poder, Santa Anna (caudillo del pueblo) respaldado por el clero y los grandes terratenientes regresó al gobierno, y se convirtió en dictador. Benito Juárez y otros líderes se rebelaron contra la dictadura de Santa Anna, quien fue derrotado y se exilió en Colombia en 1857. Surgieron nuevos ideales de reforma: separar la Iglesia y el Estado; secularizar la educación; reducir el poderío económico de la iglesia quitándole los bienes; impulsar la economía, y establecer un sistema de justicia apoyado por legislación aprobada por una asamblea representativa.

Se promulgó una nueva constitución en 1857, y Juárez asumió el poder. Dicha constitución prohibía la esclavitud y las propiedades de la Iglesia: concedía la libertad de prensa; eliminaba los monopolios y establecía un gobierno democrático representativo.

Chile

La República de Chile comenzó su vida independiente en medio de una gran desorganización administrativa. El pueblo veía el cuerpo militar como la única salvación. Bernardo O'Higgins fue designado director del país. Su administración provocó malestar entre el pueblo, al eliminar los títulos nobiliarios, e intervenir en los asuntos eclesiásticos. Fundó escuelas y la biblioteca nacional. Tras ser obligado a renunciar, el país atravesó una época de anarquía durante la cual se abolió la esclavitud. La constitución de 1826 dividió al país en ocho provincias. Con la subida de Prieto al poder, comenzó una época de progreso y de orden. Se les concedió el voto a los varones mayores de veinticinco años que supieran leer y escribir, y, además, tuvieran propiedades. De 1841 a 1851, comenzó la expansión del comercio de las minas de cobre. Con Manuel Montt, el déspota ilustrado, el país continuó su acelerado progreso económico y cultural.

Argentina

Fuertes luchas por lograr la unificación territorial de las diferentes regiones argentinas entre federalistas y centralistas iniciaron la vida independiente de la república. Se convocó un congreso en Tucumán como último intento por salvar la unión pero no tuvo efecto. En 1829, se eligió gobernante a Manuel de Rosas, verdadero caudillo del pueblo. Rosas procuró equilibrar las diferentes clases sociales mientras dominó con mano férrea. En 1852, se presentó una constitución que integraba en un país a todas las regiones del antiguo Virreino de la Plata, hecho que trajo como consecuencia otra guerra civil, ante el rechazo que el documento sufrió entre algunos sectores que se oponían a la integración de un gobierno central. Bartolomé Mitre asumió el poder, seguido por Domingo Faustino Sarmiento, y otra guerra civil. En 1880, Buenos Aires fue proclamada capital de la república. A partir de entonces, se terminó la guerra con los indios, se ocupó y colonizó el desierto, se construyeron líneas ferrocarrileras, se fomentó la agricultura, se establecieron el matrimonio civil y la ley de educación.

Cuba

Cuba continuó siendo colonia española hasta 1898, cuando pasó a ser posesión de los Estados Unidos, durante la Guerra Hispanoamericana. El sentimiento separatista se había hecho sentir en la isla, pero Cuba siguió luchando su independencia y la consiguió.

Problemas fundamentales de la vida independiente

Durante el siglo XIX, los gobiernos de los países recién independizados se vieron influidos por las fuerzas militares, la sucesión dinástica en el gobierno, las técnicas de gobierno no delimitadas, los golpes de estado, el exilio de los ciudadanos más capaces, y el constante fracaso de las constituciones

En el momento de tomar las riendas de los nuevos estados americanos, el elemento criollo no estaba preparado para dirigir el país. Las guerras de independencia fueron encabezadas por hombres dedicados a la carrera militar, que dominaban las técnicas de mando pero que apenas poseían cualidades o principios de administración pública. Como consecuencia de sus victorias militares, controlaron las masas populares, y fueron convirtiéndose en caudillos del pueblo, como Simón Bolívar y José de San Martín. Hubo líderes buenos y malos, pertenecientes a todas las clases sociales, del pueblo o de la clase alta, pero todos con algo en común: su preocupación por la patria. La mayoría de las veces, empezaron luchando por causas nobles, aunque terminaran imponiendo su voluntad, por fuerza o por doctrina, para mantenerse en el poder.

El dictador, por lo general, llegaba al poder después de derrocar el régimen existente. Las dictaduras toman auge en América Latina en las cercanías del siglo XIX.

La diferencia entre ambos líderes, el caudillo y el dictador, estriba en la forma en que llegan al poder: el caudillo recibía el apoyo de las masas del pueblo, era un líder natural, y tenía grandes sectores del pueblo incondicionalmente a sus órdenes. Por el contrario, el dictador era un líder que se apoyaba en las fuerzas militares para ejercer el control de la región. Su gobierno, tiránico y totalitario, menospreciaba o ignoraba el poder legislativo. Tanto uno como el otro promovieron inestabilidad política durante los años posteriores a la independencia.

La única excepción fue Brasil ya que, una vez logró su independencia de Portugal, llevó una vida pacífica libre de dictaduras durante todo el siglo XIX. Esta situación permitió al país iniciar una vida independiente más productiva que la de otras regiones. Como resultado, el desarrollo económico que alcanzó el país durante el siglo XIX fue más sólido.

En el siglo XX

México

El 18 de Julio de 1872 fallece el presidente Lic. Benito Juárez, declarado Benemérito de las Américas, y, tras de ocupar la Presidencia de la República el Lic. Sebastián Lerdo de Tejada, se proclama el plan de Tuxtepec y el 28 de Noviembre de 1876 asume la Presidencia por primera vez el Gral. don Porfirio Díaz, quien, olvidándose de las viejas causas liberales por las cuales combatiera tan brillantemente, principia por establecer una dictadura patriarcal, que si bien da al país 30 años de paz, pronto degenera y crea una casta de privilegiados que se confabulan con la aristocracia de caciques, hacendados y latifundistas que explotan y oprimen al pueblo.

Por un período muy corto está en la presidencia Manuel González y en 1880 regresa Porfirio Díaz a ocuparla nuevamente. En las siguiente elecciones estaban, Francisco I. Madero candidato del Partido Antireleccionista en contra de Porfirio Díaz y Madero fue hecho prisionero en San Luis Potosí mientras se realizaban las elecciones.

Díaz se reeligió y Madero escapó de la cárcel y se refugio en San Antonio, Texas donde dio a conocer el Plan de San Luis. En él declara nulas las elecciones desconocía al régimen de Díaz, exigía el sufragio efectivo y la no reelección y, señalaba el 20 de Noviembre de 1910 para que el pueblo se levantara en armas contra el tirano.

Al llamado Plan de San Luis, se pronunciaron hombres como Pascual Orozco, Pancho Villa, Emiliano Zapata etc. La insurreción se extendió poco a poco por todo el País. En Mayo de 1911 cayó Ciudad Juárez en poder de los maderístas. Debilitado el gobierno de Díaz entra en negociaciones y el 25 del mismo mes el dictador presentó su renuncia y abandonó el país el 25 de mayo de 1911.

La revolución Maderista del 20 de noviembre de 1910 derrotó al dictador Porfirio Díaz y logró sentar en la Presidencia con sufragios efectivos a don Francisco I. Madero. En Coahuila don Pablo González, el viejo magonista, y estando de acuerdo con don Francisco I. Madero y con Venustiano Carranza para lanzarse contra la Dictadura Porfirista, lo hizo pronunciándose al grito de "!Viva Madero!" el 22 de enero de 1911 en el Puerto del Carmen, del Municipio de Nadadores, Coahuila, al frente de muchos después connotados jefes como Francisco Murguía, Cesáreo Castro, Idelfonso V. Vázquez, Teodoro Elizondo y muchos más.

Francisco I. Madero inmaculado prócer y mártir de la democracia a partir de los Tratados de Ciudad Juárez del 10 de mayo de 1911 y con la renuncia de don Porfirio Díaz, dejó como presidente interino al Lic. Francisco León de la Barra y al antiguo Ejército Federal porfirista según acuerdos en pie, error tremendo que criticó don Venustiano Carranza: "Revolución que tranza, Revolución que se pierde".

Por otra parte, los Porfiristas reclamaban sus antiguos privilegios; los zapatistas exigían el reparto de tierras; la prensa lo atacaba a diario y las rebeliones de Félix Díaz y Bernardo Reyes, independientes entre sí, confluyeron en la llamada Decena Trágica para asentarle el golpe definitivo a Madero.

Chile

En 1946 ganó las elecciones Gabriel González Videla, líder del Partido Radical, apoyado por una coalición de izquierda cuyos principales componentes eran su propia agrupación y el Partido Comunista. Videla nombró a tres comunistas para ocupar carteras ministeriales, pero la coalición consiguió mantenerse apenas seis meses, ya que los ministros comunistas, con frecuencia enfrentados con los demás miembros del gabinete, fueron destituidos en abril de 1947. Hacia finales del mismo año, Chile rompió relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En 1948 centenares de comunistas fueron encarcelados en virtud de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, que proscribió al Partido Comunista. Poco después fue sofocada una rebelión militar encabezada por el antiguo presidente Ibáñez. Durante los años siguientes fueron frecuentes las manifestaciones sociales y sindicales. En 1951 se produjeron huelgas en casi todos los sectores de la economía. Al año siguiente, la reacción popular contra los partidos tradicionales tuvo como consecuencia la elección del general independiente Carlos Ibáñez, quien restauró el orden en cierta medida, aunque no pudo solucionar los problemas económicos y sociales. En 1958 asumió la presidencia Jorge Alessandri, y propuso un plan de diez años que establecía reformas fiscales, proyectos de infraestructura y la reforma agraria. En 1964 rompió relaciones diplomáticas con Cuba, aunque restableció los vínculos con la Unión Soviética. En 1960, un maremoto y un terremoto sacudieron al país provocando enormes daños y miles de muertos, especialmente en la zona de Valdivia. En las elecciones presidenciales de 1964, el antiguo senador Eduardo Frei Montalva, candidato de la centrista Democracia Cristiana, derrotó a una coalición de izquierdas. Las importantes reformas de Frei, como la nacionalización parcial del sector del cobre (la denominada ‘chilenización del cobre’), provocaron la insatisfacción de algunos sectores de la derecha, lo que desembocó en una violenta oposición política. Al aproximarse las elecciones presidenciales de 1970, la oposición de izquierda se coaligó en la Unidad Popular. Nombró candidato a Salvador Allende quién ganó las elecciones y comenzó rápidamente a cumplir sus promesas electorales, orientando al país hacia el socialismo (con su popular lema "vía chilena al socialismo". Se instituyó el control estatal de la economía, se nacionalizaron los recursos mineros, los bancos extranjeros y las empresas monopolistas, y se aceleró la reforma agraria. Además, Allende lanzó un plan de redistribución de ingresos, aumentó los salarios e impuso un control sobre los precios. La oposición a su programa político fue muy vigorosa desde el principio y hacia 1972 se había producido una grave crisis económica y una fuerte polarización de la ciudadanía. La situación empeoró aún más en 1973, cuando el brutal incremento de los precios, la escasez de alimentos (provocada por el recorte de los créditos externos), las huelgas y la violencia llevaron al país a una gran inestabilidad política. Esta crisis se agravó por la injerencia de Estados Unidos, que colaboró activamente por desgastar al régimen de Allende. El 11 de septiembre de 1973 los militares tomaron el poder mediante un golpe de Estado, pereciendo Allende en la defensa del palacio presidencial. (La opinión generalizada es que Allende se suicidó durante el asalto al palacio de la Moneda).

Argentina

A principios del s. XX se manifestó la necesidad de reformar el sistema político en un sentido democrático. En la presidencia de Roque Sáenz Peña se aceptó una nueva ley electoral que desde 1912 permitió fundamentales renovaciones. Distintos matices de la democracia argentina se personificaron en Juan B. Justo, Lisandro de la Torre e Hipólito Yrigoyen. Éste asumió la presidencia en 1916 como representante de los radicales. Lo sucedió en 1919 Marcelo T. de Alvear, pero en 1928 Yrigoyen volvió al poder. En 1930 un movimiento armado derrocó el régimen constitucional y puso en el poder al general José Félix Uriburu. Varios presidentes se sucedieron en un período turbulento en el que se adoptaron políticas cada vez más conservadoras y autoritarias. Presionado por los Estados Unidos, el gobierno de Pedro P. Ramírez declaró la guerra a Alemania y Japón en 1944. En las elecciones presidenciales de 1946 triunfó el entonces coronel Juan D. Perón, que fue reelegido para el período 1952-1958. En septiembre de 1955, la revolución encabezada por el general Eduardo Lonardi lo obligó a renunciar a su cargo. En febrero de 1958 fue elegido presidente constitucional para el período 1958-1964 Arturo Frondizi, quien no consiguió detener la crisis económica que asolaba al país desde 1950. A partir de 1962, cuando fue destituido Frondizi por las fuerzas armadas, se sucedieron diversos gobiernos militares y civiles. Perón volvió al poder en 1973, y tras su muerte, ocurrida al año siguiente, lo sucedió en la presidencia su esposa, María Estela Martínez. Continuaron aumentando los problemas económicos y los conflictos sociales, y en 1976 un golpe de estado dio el poder a una junta militar, presidida sucesivamente por Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Leopoldo F. Galtieri. El 2 de abril de 1982 las fuerzas armadas argentinas recuperaron las islas Malvinas, en posesión británica. La derrota ante la armada británica trajo como consecuencia la caída del gobierno castrense. Raúl Alfonsín asumió la presidencia en 1983 e intentó infructuosamente sanear la economía nacional, agobiada por la falta de inversiones y el endeudamiento externo. En 1989 las elecciones dieron el triunfo al peronista Carlos Saúl Menem. Su objetivo fundamental fue recuperar la disciplina económica y atraer la inversión. Durante su gobierno se redujo la inflación y la economía se recuperó.

Cuba

Desde 1909 la vida política de Cuba se desenvolvió normalmente, con las alternativas de algunos movimientos armados. Desde 1933 se hizo sensible la gravitación política de Fulgencio Batista, triunfante en la revolución del 4 de septiembre de ese año y presidente de 1940 a 1944. Batista volvió a la presidencia en 1952, encabezando un movimiento armado, gobernando desde entonces tiránicamente. En 1956, Fidel Castro desembarcó en la isla, iniciando un movimiento revolucionario que en dos años derrocó a las autoridades constituidas. Castro entró en la Habana en enero de 1959. El primer presidente revolucionario, Manuel Urrutia Lleó, debió renunciar a corto plazo por oponerse a las influencias comunistas dentro de su gobierno. Bajo la presidencia de Osvaldo Dorticós Torrado, Fidel Castro proclamó en 1961 la "República Socialista". Entre las medidas decretadas desde entonces figuraron la reforma agraria, la reforma urbana, la nacionalización de la educación, la reorganización del poder ejecutivo, la supresión de las elecciones y el mejoramiento de la flota mercante. Durante las décadas de 1960 y 1970, Cuba se convirtió en un país satélite de la Unión Soviética, encargándose de exportar la revolución comunista al Tercer Mundo. Al iniciarse los años ochenta, había tropas cubanas en Angola y Etiopía, y Cuba prestaba ayuda a gran cantidad de movimientos guerrilleros en América latina. Para desligarse de su imagen de mero seguidor de la URSS, Castro asumió un papel de liderazgo en el movimiento de países no alineados. La caída del comunismo, primero, y la posterior desaparición de la Unión Soviética (1991) supusieron el aislamiento político y económico de Cuba. En 1993 el presidente Castro anunció medidas para liberalizar la economía, la cual se encontraba sumida en una profunda crisis.

DESARROLLO

Los dictadores

México

Porfirio Díaz

Porfirio Díaz, militar y político mexicano, presidente de la República (1876-1880; 1884-1911), cuyo ejercicio del poder ha dado nombre a un periodo de la historia de México conocido como Porfiriato. Nació en Oaxaca y se alistó en el Ejército, participando en tres guerras: la guerra mexicano-estadounidense (1846-1848); la guerra civil (1858-1861) entre liberales y conservadores, llamada guerra de Reforma, en la que apoyó la causa liberal de Benito Juárez y la guerra patriótica (1863-1867) contra Maximiliano I, archiduque de Austria y emperador de México.

Díaz no alcanzó la presidencia de México frente a Juárez en 1867, ni tampoco en 1871. Después de cada derrota encabezó sendas e infructuosas rebeliones militares, mediante las que pretendía alcanzar el poder. En 1876 protagonizó una prolongada serie de acciones militares y derrocó al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, asumiendo la presidencia de la República. Según la Constitución mexicana, Díaz no podía permanecer en la presidencia durante dos mandatos consecutivos por lo que tuvo que renunciar en 1880 aunque continuó en el gobierno como secretario de Fomento. Fue reelegido en 1884 y consiguió la aprobación de una enmienda a la Constitución que permitía la sucesión de mandatos presidenciales, permaneciendo en el poder hasta 1911.

Al frente de México, casi como delegado divino, Porfirio Díaz… Don Porfirio, que era, para la generación adulta entonces, una norma del pensamiento sólo comparable a las nociones del tiempo y del espacio, algo como una categoría kantiana. Atlas que sostenía la República, hasta sus antiguos adversarios perdonaban en él al enemigo humano, por lo útil que era, para la paz de todos, su transfiguración mitológica.

A la cultura de la Revolución Mexicana la anteceden los treinta y tantos años de dominio avasallador del general Porfirio Díaz, décadas de arraigo profundo de una interpretación reverente (tanto activa como pasiva) del autoritarismo. Que el nombre del dictador bautice o sintetice el periodo se explica con facilidad y no sólo por razones políticas. Comparten rasgos una persona (Porfirio Díaz), una élite política e intelectual (el grupo conocido como los "científicos" y sus alrededores literarios) y lo más visible y reconocible de una época. Tienen en común el orden impuesto a como dé lugar; la estricta jerarquización del sistema político y la existencia cotidiana; la devoción ante el modelo europeo (del que adoptan los rasgos externos, el cuidado de la apariencia, el fetichismo de la respetabilidad); la fe en un progreso constituido de modo tangible con ferrocarriles y fábricas y empréstitos y reconocimiento de los demás estados; las vagas líneas divisorias entre decoro y decoración.

Su régimen estuvo marcado por logros importantes, pero también por un gobierno severo. Durante el mandato de Díaz, la economía de México se estabilizó y el país experimentó un desarrollo económico sin precedentes: se invirtió capital extranjero (sobre todo estadounidense) en la explotación de los recursos mineros del país; la industria minera, la textil y otras experimentaron una gran expansión; se construyeron vías férreas y líneas telegráficas; y el comercio exterior aumentó aproximadamente en un 300%. Por otra parte, los inversores extranjeros agotaron gran parte de la riqueza del país, casi todos los antiguos terrenos comunales (ejidos) de los indígenas pasaron a manos de un pequeño grupo de terratenientes, y se extendió la pobreza y el analfabetismo. Las manifestaciones del descontento social fueron reprimidas por Díaz con mano de hierro, hasta que se produjo la Revolución de 1911, encabezada por Francisco Ignacio Madero. Díaz fue obligado a dimitir y a abandonar el país. Murió en el exilio, en París.

Chile

Augusto Pinochet Ugarte.

Augusto Pinochet Ugarte, político y militar chileno, jefe del Estado (1973-1990). Nació en Santiago y estudió en la Academia Militar de Chile. Tras sucesivos y constantes ascensos de graduación, fue nombrado general de brigada durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). En la época presidencial de Salvador Allende fue comandante de la guarnición de Santiago y, en 1972, se le designó comandante en jefe del Ejército. Protagonizó el golpe de Estado de 1973, apoyado desde Estados Unidos, que culminó con el derrocamiento y la muerte de Allende. Pronto, como jefe de la Junta de Gobierno, limitó la actividad política y su régimen de represión y autoritarismo fue condenado por la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en 1977.

En 1980, una Constitución promovida por él le confirmó en el poder para un periodo de ocho años; dicha Constitución también declaraba que, al final de ese lapso, se celebraría un plebiscito para determinar si debía continuar en el desempeño de la jefatura del Estado. El referéndum tuvo lugar en octubre de 1988 y le negó el derecho a prolongar su presidencia a partir de marzo de 1990 (los votos fueron del 55% en contra de su prórroga presidencial y el 43% a favor), aunque se mantuvo en su cargo de comandante en jefe del Ejército. El 7 de enero de 1998, la Cámara de Diputados aprobó una declaración de rechazo a la inminente incorporación de Pinochet al Senado, tras su retirada de la jefatura del Ejército, la cual tuvo lugar, el 10 de marzo de ese año.

Augusto Pinochet Ugarte suspendió inmediatamente la Constitución, disolvió el Congreso, impuso una estricta censura y prohibió todos los partidos políticos. Asimismo, lanzó una fuerte campaña represiva contra los elementos izquierdistas del país: miles de personas fueron arrestadas y centenares de ellas ejecutadas o torturadas; muchos chilenos se exiliaron, mientras que otros pasaron largos años en prisión o se dieron por desaparecidos.

Durante los años siguientes, la Junta Militar gobernó al país con gran rigor, aunque hacia finales de la década pudo apreciarse una cierta apertura. En 1978 se levantó el estado de sitio (aunque siguió en vigor el estado de emergencia) e ingresaron más civiles en el gabinete. Sin embargo, Chile siguió siendo esencialmente un Estado policial. Una nueva Constitución, la de 1980, sometida a referéndum el día del séptimo aniversario del golpe militar, legalizó el régimen hasta 1989; Pinochet inició en marzo de 1981 un nuevo periodo de gobierno, ahora como presidente, con una duración de ocho años.

En el ámbito económico, el gobierno de Pinochet aplicó medidas de austeridad que provocaron el recorte de la inflación y una mayor producción entre 1977 y 1981. No obstante, a partir de 1982, la recesión mundial y la caída de los precios del cobre provocaron un retroceso de la economía chilena. En 1983 se produjeron amplias protestas contra el gobierno, seguidas de una serie de atentados en las grandes ciudades. El aumento de la tensión popular y el progresivo deterioro de la economía llevaron a Pinochet a reinstaurar el estado de sitio en noviembre de 1984. A finales de ese mes, se firmó un tratado con Argentina, en el que se ratificaba la soberanía chilena sobre tres islas del canal de Beagle (Picton, Nueva y Lennox). En septiembre de 1986, tras un fallido intento de atentar contra la vida de Pinochet, se desarrolló por parte del gobierno una nueva campaña represiva.

En agosto de 1988 se levantó finalmente el estado de emergencia y dos meses después se permitió a los chilenos organizar un plebiscito sobre si debía o no prorrogarse hasta 1997 el mandato de Pinochet, que terminaba en marzo de 1989. A pesar de que casi el 55% del electorado votó por el "no", el mandato de Pinochet se prorrogó automáticamente hasta marzo de 1990, a la espera de la celebración de las elecciones presidenciales y legislativas. En diciembre de 1989, durante los primeros comicios presidenciales en 19 años, los votantes eligieron por mayoría al candidato demócrata cristiano Patricio Aylwin, quien dio inicio al proceso de transición a la democracia, promovió una serie de reformas económicas y nombró una comisión para investigar las violaciones de los derechos humanos cometidas por el régimen de Pinochet. Las reformas económicas iniciadas por Aylwin permitieron que más de un millón de chilenos salieran de la pobreza. En las elecciones presidenciales de 1993, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del antiguo presidente Eduardo Frei Montalva, resultó triunfador.

En 1994 Chile solicitó su entrada en el Tratado de Cooperación Económica Asia-Pacífico (CEAP) y en el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (NAFTA). En 1996 el gobierno de Eduardo Frei logró la integración de Chile en el Mercado Común del Sur (Mercosur).

En las elecciones legislativas de diciembre de 1997, la Concertación de Partidos por la Democracia (integrada por la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido por la Democracia y el Partido Radical Socialdemócrata) alcanzó la mayoría en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, y a diferencia de las elecciones de 1993, la derechista Unión por Chile consiguió aumentar sus escaños. En el Senado se consolidó también el bloque de derechas, lo que impedirá llevar a cabo reformas democráticas en la Constitución de 1980, aprobada durante la dictadura.

Un mes después, en medio de duras críticas y acusaciones contra Augusto Pinochet, senador vitalicio a partir de marzo de 1998, el presidente Eduardo Frei destituyó a su ministro de Defensa, Edmundo Pérez Yoma, por mantener una postura demasiado cercana al militarismo y al ex-general.

Argentina

Peronismo

El peronismo es un movimiento político argentino de carácter populista surgido en 1945 y liderado por Juan Domingo Perón. Integrado por corrientes muy diversas, que con el tiempo originarían profundas contradicciones en su seno, y sin la cohesión de un programa ideológico definido, el peronismo se centró en la personalidad y en la obra de Perón.

La victoria del peronismo en las elecciones del 26 de febrero de 1946 se apoyó fundamentalmente en el voto de los pequeños y medianos propietarios, en el de los trabajadores y en el de la burguesía industrial. Esta coalición política supo aprovechar los intereses de los nuevos sectores sociales que el proceso de industrialización había conformado. Apoyado institucionalmente en el Ejército y en los sindicatos, el peronismo persiguió la creación de un capitalismo nacional independiente. Dio un decidido impulso a la industria del país, se nacionalizaron importantes sectores de la misma, hasta entonces en manos de capital extranjero, y se invirtieron grandes cantidades en obras públicas. La política social, dinamizada por la fuerte personalidad de María Eva Duarte de Perón (Evita), reportó importantes avances laborales, que culminaron con la proclamación de los Derechos del Trabajador, y mejoras sociales como el sufragio femenino o la construcción de miles de escuelas y centros de salud.

Uno de los objetivos principales del peronismo fue la disminución de las desigualdades y la búsqueda de una conciliación de clases que evitara los conflictos sociales. Hasta la década de 1950, el gobierno justicialista de Perón desarrolló su política con éxito, pero, a partir de estas fechas, las dificultades y la pérdida de apoyos debilitaron al movimiento peronista, que exhibió desde entonces una tendencia más acentuada hacia el autoritarismo. Hacia 1952, dos malas cosechas consecutivas provocaron la disminución de la capacidad exportadora, que, junto al aumento de la inflación y de la especulación, determinaron una crisis económica, agravada por la falta de reservas del Banco Central y por el endeudamiento exterior.

La presión de la oligarquía; el acoso de la burguesía industrial, que había visto frustradas sus expectativas; la oposición de la Iglesia, que no aceptaba medidas como la ley del divorcio o la legalización de los matrimonios civiles; el descontento de algunos sectores del Ejército; la muerte de Eva Duarte, que privaba al peronismo de su figura más popular, y la ruptura del bloque de fuerzas que lo conformaba fueron, en conjunto, motivos que debilitaron el gobierno de Perón y forzaron su retirada del poder en 1955. Sin embargo, el peronismo, como corriente política, logró mantenerse y resistir durante la dictadura militar. Tras el triunfo del Frente Justicialista en 1973, el peronismo retomó el poder, convocó nuevos comicios y situó a su líder en la presidencia. La muerte de Perón (1974) agudizó los enfrentamientos internos.

En 1976, un golpe de Estado militar desalojó del gobierno a los peronistas. La recuperación del poder por los peronistas se consiguió en 1989, seis años después de la restauración de la democracia en Argentina —y del triunfo del radicalismo en las elecciones democráticas de 1983—, de la mano de Carlos Saúl Menem, líder del peronismo y desde entonces presidente de Argentina.

Juan Domingo Perón

Juan Domingo Perón (1895-1974), político argentino, fundador del peronismo (movimiento político actualmente aglutinado en el Partido Justicialista), presidente de la República (1946-1952; 1952-1955; 1973-1974) y una de las figuras latinoamericanas más destacadas del siglo XX, que llevó a cabo importantes cambios en la política de Argentina.

Nació en Lobos (provincia de Buenos Aires) el 8 de octubre de 1895, y estudió en el Colegio Militar (1911-1913) y en la Escuela Superior de Guerra (1926-1929). En 1930 participó en un levantamiento militar que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen, y fue nombrado secretario privado del ministro de la Guerra (1930-1935). Más tarde impartió clases en la Escuela Superior de Guerra, pasó un año en Chile como agregado militar, publicó cinco libros sobre historia militar y viajó a Italia para estudiar métodos militares alpinos. A su regreso a Argentina en 1941, Perón, admirador del dictador fascista italiano Benito Mussolini, fundó el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que en 1943 protagonizó un golpe de Estado que depuso a Ramón Castillo y procedió a transformar el movimiento sindical, debilitando la influencia que ejercían sobre él los partidos de izquierdas, para lo que promulgó nuevas leyes, reformó las existentes y creó nuevos sindicatos. Alcanzó popularidad entre las clases obreras, pero según crecía su poder (fue nombrado vicepresidente de la República además de ministro de la Guerra) aumentaba la oposición entre las Fuerzas Armadas. El 9 de octubre de 1945 fue obligado a dimitir de sus cargos, siendo detenido y encarcelado. La dimisión de Perón provocó una crisis de gobierno que fue resuelta el 17 de octubre, cuando sus seguidores sindicalistas, especialmente la Confederación General del Trabajo (CGT), lograron su puesta en libertad. Cuatro días más tarde, Perón, que era viudo, se casó con su compañera, María Eva Duarte, más conocida por el nombre de 'Evita', quien, como primera dama de la Argentina, dirigió las relaciones sindicales y los servicios sociales puestos en marcha por el gobierno de su marido, hasta su prematura muerte en 1952. Adorada por las masas, influyó para que se estableciera el sufragio femenino (logrando la integración de la mujer en la vida política argentina) y fue, más que nadie, la responsable de la popularidad del régimen de Perón (quien manejaba a las masas con consumada habilidad). En octubre de 1946, Perón promulgó un ambicioso plan quinquenal para la expansión de la economía, que consistía principalmente en utilizar el gasto público como medio para reactivar el mercado luego de la recesión por la que había pasado.

Tras una campaña electoral represiva y violenta, Perón fue elegido presidente en 1946, con el 56% de los votos. Creador de su propio movimiento, el peronismo, siguió políticas sindicalistas, nacionalistas y populistas, con la ayuda de su esposa, que pasó a ser un destacado miembro influyente, pero informal, de su gobierno. Sin embargo, a principios de la década de 1950 comenzaron a disminuir las ventajas de que gozaba la clase trabajadora de las ciudades. La muerte de Evita (1952), las dificultades económicas, la creciente agitación laboral y la excomunión de Perón por parte de la Iglesia católica debilitaron aún más su gobierno. Su derrocamiento a manos del Ejército, en 1955, fue reflejo del rechazo popular a su gobierno dictatorial. Sin embargo, durante sus 18 años de exilio, Perón contó con la adhesión de los sindicatos y su influencia en la política de Argentina, apoyando a sus seguidores en su intento por alcanzar el poder. Finalmente, se le permitió regresar a Argentina, una vez que los peronistas, agrupados en el Frente Justicialista de Liberación, vencieron en las elecciones presidenciales de 1973, y fue reelegido presidente, con su tercera esposa, María Estela Martínez de Perón, como vicepresidenta. Murió, en el ejercicio de ese cargo, el 1 de julio de 1974, sustituyéndole al frente de la presidencia su esposa.

Carlos Saúl Menem

Carlos Saúl Menem, político argentino, presidente de la República (1989-hasta ahora ), el primero que accedió al cargo, desde 1928, siguiendo los cauces constitucionales de sucesión del anterior jefe de Estado.

Nacido el 2 de julio de 1930 en Anillaco (La Rioja), hijo de inmigrantes sirios, fue educado como musulmán suní. En su adolescencia, se convirtió al catolicismo e inició su actividad política cuando realizaba sus estudios universitarios. A los 25 años, se licenció en derecho por la Universidad de Córdoba. Miembro del Partido Justicialista (la organización política del peronismo), en 1955 fundó las Juventudes Peronistas. Al año siguiente, fue encarcelado por su participación en el intento de restablecer en el poder al desterrado Juan Domingo Perón, y se convirtió en asesor legal de la Confederación General del Trabajo (CGT), el sindicato peronista, función que desempeñaría hasta 1970. En las elecciones de 1962, se presentó candidato al cargo de gobernador adjunto de su provincia natal de La Rioja, pero el golpe militar que derrocó al presidente Arturo Frondizi malogró la aplicación práctica de los resultados de los comicios. Sin embargo, en 1963 fue elegido presidente provincial del Partido Justicialista.

En 1973, tras el regreso al poder de Perón, Menem venció en los comicios para elegir gobernador de la provincia de La Rioja. Fue encarcelado en 1976, cuando la presidenta María Estela Martínez de Perón, viuda y sucesora del dictador, resultó derrocada por un golpe militar que supuso el acceso al poder de la Junta Militar presidida por Jorge Rafael Videla, y no salió en libertad hasta 1981.

Reelegido gobernador de La Rioja en 1983 y 1987, al año siguiente recibió la nominación peronista para la candidatura presidencial. En mayo de 1989, fue elegido presidente de la República tras vencer a E. C. Angeloz, el candidato de la Unión Cívica Radical. Sustituyó, por tanto, a Raúl Alfonsín (el primer presidente elegido democráticamente después del lapso dictatorial que había transcurrido desde 1976 hasta 1983), con lo que se confirmaba el pleno retorno a la democracia en Argentina, al producirse, en julio de 1989, la primera transición plenamente constitucional desde hacía 71 años. Figura hasta cierto punto extravagante, describió la corriente política a la que pertenecía desde su irrupción en la vida pública, el peronismo, con los calificativos de: nacionalista, populista, humanista, socialista y cristiana. Menem trabajó desde el principio de su mandato para reformar la estructura del Estado, privatizar el sector público industrial, alcanzar un mercado libre, profundizar en el perdón a los militares implicados en la dictadura (en diciembre de 1990, su gobierno concedió el indulto a los miembros de las distintas juntas militares) y restablecer relaciones con Gran Bretaña tras la guerra de las Malvinas (1982). En 1991, el gobierno de Menem se unió a los de Brasil, Paraguay y Uruguay para firmar el Tratado de Asunción, que confirmó la intención de estos países de crear el Mercado Común del Sur (Mercosur). En 1992, el mismo año en que se reanudaron las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, Menem ordenó que se hicieran públicos todos los expedientes secretos sobre las actividades nazis en Argentina posteriores a la II Guerra Mundial. Dos años más tarde, Argentina se adhirió al Tratado de Tlatelolco (cuyo acuerdo original databa de 1967) y entró, por tanto, a formar parte del Organismo para la Proscripción de Armas Nucleares de América Latina (OPANAL).

En mayo de 1995, tras lograr un año antes la reforma constitucional que le permitía renovar mandato, resultó reelegido presidente de la República, y el Partido Justicialista obtuvo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; su victoria se basó en la estabilidad económica de que gozaba el país, lo que beneficiaba a las clases altas, así como en el arraigo del peronismo en las clases populares. En febrero de 1997, Menem se autodescartó para presentarse a un tercer mandato, lo que habría provocado una nueva reforma constitucional, ya que la última sólo permitía dos mandatos consecutivos. En las elecciones de octubre de ese año, que, entre otros cargos, renovaban parcialmente la Cámara de Diputados, el peronismo fue ampliamente derrotado por la Alianza por el Trabajo, la Educación y la Justicia (formada por la Unión Cívica Radical y el Frepaso), con lo que el gobierno de Menem vio complicados sus dos últimos años en el poder.

Cuba

Fidel Castro

Fidel Castro (1927-y aún sigue ), político cubano, principal dirigente de la República desde 1959, artífice de la Revolución Cubana y uno de los más destacados líderes de Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX. Nacido el 13 de agosto de 1927 en Mayarí, hijo natural de un inmigrante español, plantador de azúcar, Castro se afilió al Partido del Pueblo Cubano en 1947, y se doctoró en leyes por la Universidad de La Habana en 1950. Después de que Fulgencio Batista se hiciera con el control del gobierno cubano en 1952 y estableciera una dictadura en el país, Castro se convirtió en el líder del grupo Movimiento, una facción antigubernamental clandestina cuyas acciones culminaron con el asalto al cuartel de Moncada (en Santiago de Cuba) el día 26 de julio de 1953, hecho por el cual fue encarcelado. En el juicio subsiguiente se hizo cargo de su propia defensa, cuyo alegato se manifestó por medio de un discurso (la historia me absolverá) que, más tarde, se convertiría en una importante consigna política para los revolucionarios.

Condenado a 15 años de prisión, fue amnistiado en 1955, y se exilió sucesivamente en Estados Unidos y México, donde fundó el Movimiento 26 de Julio. El 2 de diciembre de 1956, regresó a Cuba con una fuerza de 82 hombres, de los cuales 70 murieron en combate nada más desembarcar desde el barco Granma en la playa de las Coloradas, en el extremo suroccidental de la isla. Castro, su hermano Raúl y Ernesto Che Guevara se encontraban entre los 12 supervivientes. Con su base principal en sierra Maestra, donde habían conseguido internarse los revolucionarios dirigidos por Fidel Castro, el Movimiento 26 de Julio fue ganando apoyo popular, principalmente en los ámbitos estudiantiles (Directorio 13 de Marzo), y en diciembre de 1958, con respaldo del Partido Popular Socialista, avanzó hacia La Habana, ciudad de la cual hubo de huir Batista el 1 de enero de 1959 y en la que entró el propio Castro siete días después, acto que pondría colofón al definitivo triunfo de la Revolución Cubana. Castro se declaró a sí mismo primer ministro en febrero de 1959, cargo que ostentó hasta 1976, en que asumió la presidencia del Consejo de Estado, que según la nueva Constitución de diciembre de ese año englobaba la jefatura del Estado y del gobierno.

Fracasado su intento de establecer relaciones diplomáticas o comerciales con Estados Unidos, negoció acuerdos sobre armamento, créditos y alimentos con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y llevó a cabo la depuración de sus rivales políticos. Nacionalizó los recursos cubanos, afrontó una profunda reforma agraria basada en la colectivización de propiedades y estableció un Estado socialista de partido único (el Partido Unido de la Revolución Socialista, que en 1965 pasaría a denominarse Partido Comunista Cubano y cuya secretaría general asumiría el propio Castro), que llevó a un gran número de cubanos ricos al exilio. Estados Unidos vio con disgusto cómo el nuevo régimen embargaba las empresas de titularidad estadounidense, y en 1960 anuló los acuerdos comerciales que mantenía, a lo que Castro respondió en septiembre de ese año con la Primera declaración de La Habana, reafirmando la soberanía cubana frente al imperialismo estadounidense. Un grupo de exiliados cubanos recibió el respaldo del gobierno de Estados Unidos, en un infructuoso intento por derrocarlo que tuvo lugar en abril de 1961 y pasó a ser conocido como el desembarco de bahía de Cochinos.

Desde ese momento, Castro se alineó abiertamente con la URSS, dependiendo cada vez más de su ayuda económica y militar. En 1962, estuvo a punto de producirse una guerra nuclear, cuando la URSS situó en Cuba cabezas nucleares de alcance medio, ante la oposición estadounidense. La llamada crisis de los misiles de Cuba concluyó tras la celebración de negociaciones entre el presidente estadounidense, John Fitzgerald Kennedy, y el máximo dirigente soviético, Nikita Jruschov.

Durante las siguientes décadas, Castro alcanzó gran reconocimiento entre los países miembros del Tercer Mundo, gracias a su liderazgo de la Organización de Países No-Alineados (que presidió desde 1979 hasta 1981). A finales de la década de 1980, cuando la URSS inició sus procesos de glasnost (en ruso, ‘apertura’) y perestroika (en ruso, ‘reestructuración’), bajo el gobierno de Mijaíl Gorbachov, Castro mantuvo la aplicación del régimen marxista-leninista que había instaurado a principios de la década de 1960. Sin embargo, con el inicio del proceso de desintegración de la URSS y del COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica) en 1990, los problemas económicos de Cuba empeoraron. En 1993, en un intento por alcanzar una economía mixta, Castro aprobó reformas económicas limitadas que legalizaron algunas empresas privadas.

En 1996, el Congreso de Estados Unidos aprobó la denominada Ley Helms-Burton, que articulaba legalmente el boicoteo económico a Cuba, al pretender penalizar a las empresas que mantuvieran relaciones comerciales con otras radicadas en la isla. Por su parte, la Unión Europea (UE), en clara oposición, presentó una serie de medidas aprobadas por los ministros de Asuntos Exteriores de los países miembros para neutralizar los efectos de la Ley Helms-Burton.

Durante su intervención en el V Congreso del Partido Comunista Cubano (octubre de 1997), Castro reafirmó la idea de que Cuba no se dirigiría hacia el capitalismo, lamentando las aperturas que su gobierno hubo de consentir debido a la caída de los principales regímenes comunistas. En febrero de 1998, poco después de una visita histórica del papa Juan Pablo II a la isla, resultó reelegido nuevamente por la Asamblea Nacional del Poder Popular como presidente de la República, por otro mandato de cinco años. El socialismo y las conquistas de la revolución, cada vez más acosadas por las amenazas y el bloqueo estadounidenses, permanecieron como referencias ineludibles del propio Castro en su discurso de clausura de la constitución de la cámara que le había elegido, en el cual volvió a reiterar que no habría transición al capitalismo en Cuba. De otro lado, el gobierno del presidente estadounidense Bill Clinton decidió, a finales de marzo, suavizar su embargo sobre la isla.

Conclusión.

El arte de mentir les es constitutivo, sobre todo en América Latina, donde, con la excepción tal vez de las dictaduras de Castro y de Pinochet (inspiradas en una concepción ideológica no democrática reivindicada como fuente de legitimidad), todos los tiranuelos y dictadorzuelos que han estado presentes en América Latina, no basaban su poder en creencia, filosofía o idea alguna, sólo en el apetito crudo de llegar al poder y perpetuarse en él para aprovecharlo hasta el hartazgo. Es natural que en las bocas de estos hombres fuertes y generalísimos, padres de la patria, benefactores, caudillos, etc. y en el de los letrados, polígrafos a su servicio, el vocabulario político se prostituyera sin remedio y palabras como "legalidad", "libertad", "democracia", "derecho", "orden", "equidad", "igualdad", adoptaran, una personalidad que era falsa, no eran ellos sino lo que querían que la gente conociera de ellos y lo demás estaba escondido, aunque finalmente salía a la luz.

Por un golpe de estado llegaron al poder Perón y Pinochet, Fidel Castro se nombró a él mismo en el cargo y Díaz derrocó al presidente Lerdo de Tejada. Todos hicieron algo por su país, sin embargo sus regímenes dejaron muchas cosas desagradables, como la pobreza. Ahora aún siguen en el poder tanto Fidel Castro en Cuba como Carlos Menem en Argentina.

Fuentes de información.

Enciclopedia Hispánica

Ed. Britannica.

Tomo 5.

Enciclopedia Larousse

Ed. Planeta

Tomo 3.

México Profundo, una civilización negada.

Bonfil Batalla, Guillermo.

Ed. Grijalbo.

Hacia el México moderno: Porfirio Díaz.

Roeder, Ralph.

Fondo de Cultura Económica

Tomo I y II.

País de un solo hombre: El México de Santa Anna.

Gonzalez Pedrero, Enrique.

Fondo de Cultura Económica.

Fuentes Carlos.

Nuevo Tiempo Mexicano.

Series Nuevo Siglo.

Aguilar. México, 1994.

pp. 81-93.

http://site10.fwa.com.ar/trabajos/revoluciones/revoluciones.html

http://site10.fwa.com.ar/trabajos/jovenesdictadura/jovenesdictadura.html

http://site10.fwa.com.ar/trabajos/indephispa/indephispa.html

Por

Maria G. Chávez

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