El suceso más antiguo que puede datarse en el universo que conocemos se
remonta a unos 12.000
millones de años. En este primer instante, toda la energía (y todo el espacio) del
universo se encontraba concentrada en un punto, que fue el origen de una gran
explosión (big bang). Durante los primeros segundos, la temperatura
era de más de un billón de grados y toda la energía se hallaba en forma de
radiación. Durante los primeros 10 segundos se formaron las partículas
elementales y al cabo de 15 minutos se formaron núcleos de
hidrógeno y helio, en proporción de cuatro a uno. Unos 10.000 años
después la temperatura había descendido a unos 100.000 grados y se formaron los
primeros átomos de hidrógeno. Al cabo de unos 400.000 años el
hidrógeno empezó a condensarse en nubes (las futuras estrellas), las cuales a
su vez se agrupaban en cúmulos mayores (las futuras galaxias).
Hace 11.000 millones de años la temperatura del
universo era de unos 3.000 grados, y se formaron las primeras estrellas: la
gravedad hizo que los núcleos de muchas nubes de hidrógeno alcanzasen
temperaturas elevadas, del orden de 15 millones de grados, lo que permitió la
fusión del hidrógeno en helio, proceso que origina la emisión luminosa de las
estrellas. Cuando las estrellas agotan el hidrógeno del núcleo son capaces de
seguir generando energía fundiendo a su vez el helio en materiales más pesados.
De este modo, en los núcleos de las primeras estrellas se formaron todos
los elementos químicosque actualmente hay en la Tierra. En las
estrellas más grandes, este proceso genera cada vez más energía, hasta que
llega un momento en que la gravedad no es capaz de contenerla y la estrella
explota lanzando al espacio gran parte de su materia. Esto sucede a una edad
diferente según la masa de cada estrella. Las explosiones de estrellas llenaron
el espacio de nuevas nubes de gas (esta vez relativamente rico en toda la gama
de elementos químicos), a partir del cual se formaron nuevas estrellas, las
llamadas estrellas de segunda generación, entre las cuales se
encuentra el Sol.
El Sol empezó a brillar hace unos 5.000 millones de años. En esta época el
universo se había enfriado ya a unos 100 grados bajo cero. Existen muchas
teorías sobre cómo se formaron los planetas del sistema solar, pero fuera como
fuera, la edad de la Tierra se estima en unos 4.600 millones de años. Al principio era
una masa incandescente cuya superficie tardó relativamente poco en enfriarse.
Parte de la atmósfera se licuó y se crearon así los mares y océanos. La composición
química de la atmósfera y de los océanos era muy diferente de la actual: No
existía la capa de ozono que actualmente nos protege de los rayos ultravioleta,
la atmósfera soportaba una intensa actividad eléctrica. Estas condiciones
fomentaron la formación en las aguas de compuestos químicos cada vez más
complejos y variados: compuestos orgánicos que culminarían con la aparición de
formas de vida.
La vida en la tierra
surgió hace unos 3.500
millones de años. Se inició así un proceso evolutivo de animales y plantas del que
tenemos pocos datos, pues las primeras formas de vida eran microscópicas y
luego animales y plantas blandos (algas, gusanos) que no dejan restos fósiles.
Este primer periodo de la vida se conoce como precámbrico, y
se extiende hasta el momento en que podemos seguir más fielmente la evolución
biológica a través de los fósiles. A partir de aquí, los biólogos dividen el
tiempo en eras:
La era primaria o paleozoica comienza
hace 570
millones de años. Se distinguen a su vez varios periodos:
En el periodo cámbrico abundan
los trilobites, moluscos y crustáceos. En el
periodo ordovícico (que se inicia hace 505 millones de años) siguen abundando
los trilobites, se extienden los equinodermos y braquiópodos y
aparecen los primeros peces. El periodo silúrico se
inicia hace 440
millones de años. Aparecen peces acorazados gigantes, las
primeras plantas terrestres y de pantanos, grandes
escorpiones marinos. El periodo devónico empezó hace 410 millones de años. Aparacen los peces
modernos y los anfibios, evolucionan las plantas
terrestres. En el periodo carbonífero (iniciado
hace 360
millones de años) se extienden los anfibios, aparecen los primeros reptiles, la
tierra se llena de musgos y helechos, cuyos
restos formarán las cuencas de carbón. En el periodo pérmico (que
empezó hace 285
millones de años) se extienden los reptiles, mientras los anfibios pierden importancia,
se extinguen los trilobites y aparecen las primeras coníferas.
La era secundaria o mesozoica empezó
hace 245
millones de años. Su primer periodo es el triásico, en el que aparecen
los primeros dinosaurios y grandes reptiles marinos. También
aparecen los primeros mamíferos. Abundan los amonites, aparecen
nuevas especies de plantas, se forman grandes bosques de coníferas. Durante el
periodo jurásico (iniciado hace 210 millones de años) los dinosaurios dominan
la Tierra. Aparecen reptiles voladores y las primeras
aves, junto con nuevas especies de pequeños mamíferos. Durante el
periodo cretácico aparecen las primeras plantas con flores. Al
final del periodo se extinguen los dinosaurios y muchos otros reptiles, al
igual que los amonites.
La era terciaria o cenozoica se
inicia hace 65
millones de años. Comienza con el paleoceno, en el que proliferan los
mamíferos. En el eoceno (hace 60 millones de años) aparecen nuevas
especies de animales (caballos y elefantes primitivos) así
como de plantas. El oligoceno se inicia hace 35 millones de años. Proliferan las
plantas con flores, aparecen muchos de los mamíferos actuales, entre
ellos los primeros primates. Hace 25 millones de años, en el mioceno, se
multiplican los primates, especialmente abundantes en África.
Los primates vivían cómodamente en los
árboles, alimentados de frutos, prácticamente sin predadores. Sin embargo, hace
unos 14
millones de años las cosas empezaron a cambiar. Muchos primates se vieron obligados a
abandonar su hábitat arbóreo. Tal vez su vida fácil condujo a la superpoblación
y algunos grupos fueron expulsados de los bosques, hacia las sabanas, un
ambiente hostil para unos animales incapaces de digerir hierba y pobremente
dotados para la caza. De esta época datan los restos más antiguos conocidos de
una especie de primate llamada Ramapithecus, que pobló buena
parte de Europa, África y Asia (el primer ejemplar se encontró en la India). En
su esqueleto se advierten vestigios de posición erguida. Podemos suponer que
estos primates desplazados compensaron su debilidad formando manadas, al estilo
de los mamíferos cazadores. La postura erguida favorecía que cada miembro de la
manada pudiera mantener contacto visual con los restantes, de modo que podían
avisarse más eficientemente si detectaban algún peligro. Así pues, la selección
natural favoreció a los individuos mejor dotados para la "incómoda"
postura erguida.
El Ramapithecus se
extinguió hace 8
millones de años, pero no era el único primate expulsado del paraíso. Hubo más especies
en sus mismas circunstancias que sobrevivieron más o menos tiempo. En general,
estos monos cazadores reciben el nombre de homínidos. Desde
hace unos 6
millones de años fueron apareciendo en el este de África varias especies de homínidos
agrupadas por los biólogos bajo el género Australopithecus. En
realidad son los primeros a los que se puede aplicar sin discusión el
calificativo de homínido: paulatinamente, las distintas especies de Australopithecus fueron
adquiriendo la postura erguida como postura habitual y su capacidad craneana
-aun siendo pequeña en comparación con la del hombre actual- fue aumentando. Lo
que estaba sucediendo era que los homínidos compensaban sus pocas dotes de
supervivencia con un incremento de sus habilidades: la postura erguida hizo que
ya no necesitaran sus manos para caminar, y pronto aprendieron a usarlas para
matar presas pequeñas con piedras, potenciaron su agilidad, su capacidad de
comunicación y su capacidad de observación, y todo ello se corresponde
fisiológicamente con un incremento de la complejidad neuronal de su corteza
cerebral.
El plioceno se inicia
hace unos 5
millones de años, con un enfriamiento del clima que provoca la extinción de muchos grandes
mamíferos. Sin embargo, los Australopithecus proliferaron y se
vieron obligados a extenderse, pues no había muchas presas a su alcance y una
pequeña porción de territorio no podía alimentar a muchos individuos. Poco a poco
fueron ocupando todo el este de África, desde Etiopía hasta el extremo sur. La
naturaleza proporcionó entonces una ayuda más a los homínidos: la maduración
retardada. En un momento dado, aparecieron homínidos con un defecto genético:
nacían prematuramente y su crecimiento era demasiado lento. A primera vista,
esto era un grave inconveniente: con el tiempo, las crías llegaron a nacer sin
pelo, sin dientes, con la caja craneal todavía sin soldar, sin capacidad de
andar, y tardaban un tiempo desmesurado en valerse por sí mismas. Sin embargo,
estos inconvenientes eran compensados con creces por una única ventaja: una
infancia más larga implicaba mayor tiempo para aprender. En efecto, las crías
de los primates actuales muestran un alto grado de curiosidad durante su
relativamente breve periodo juvenil, pero después ésta desaparece casi por
completo. Los homínidos conservaron su interés por observar y aprender durante
toda su vida, y esto los hizo notablemente más inteligentes. Ésta es la razón
por la que la selección natural estimuló la maduración retardada, que se fue
agudizando a lo largo de las sucesivas especies de homínidos. Hace unos 2.5 millones de años apareció entre
los Australopithecus una nueva especie que ya no puede
englobarse en este género. Se trataba del Homo habilis, al
que, como vemos, los biólogos le han asignado el nuevo género llamado Homo.
El Homo habilis superaba
a los Australopithecus en capacidad craneana y en
inteligencia. Como muestra de ello, nos encontramos con que el Homo
habilis fue el primer homínido que aprendió a tallar piedras para
hacerlas cortantes o punzantes. Dispuso así de armas de caza significativamente
más eficientes. Con la aparición del género Homo y su
habilidad para fabricar útiles de piedra se inicia la llamada Edad de
Piedra, cuyo primer periodo se conoce como paleolítico y
cuya primera etapa, a su vez, es el paleolítico inferior. El Homo
habilis se extendió rápidamente por los territorios habitados por
los Australopithecus. Poco después de su aparición se produjo
un drástico cambio climático: las temperaturas descendieron notablemente en
todo el planeta. Desde el precámbrico, la Tierra había pasado por varios
periodos de frío conocidos como glaciaciones, algunas de las
cuales habían extinguido a algunas especies, pero ésta era la primera
glaciación que arrostraban los homínidos.
Evidentemente, las condiciones de vida
empeoraron. La caza fue más escasa y los inviernos eran periodos de hambre.
Pese a ello, los homínidos se adaptaron a las circunstancias. Más aún, en plena
glaciación, hace 2
millones de años, surgió una nueva especie del género Homo: el Homo
erectus. Con él da comienzo la era cuaternaria, cuyo
primer periodo se conoce como pleistoceno. La glaciación duró
cerca de un millón de años, es decir, hasta hace 1.5 millones de años, pero la era
cuaternaria reservaba cuatro glaciaciones más, separadas por breves periodos
interglaciares.
La primera glaciación de
la era cuaternaria se inició hace algo más de 1 millón de años y fue más intensa
que la anterior. La competencia entre las distintas especies de homínidos
terminó con la extinción de los Australopithecus poco después
del inicio de la glaciación y la del Homo habilis hace 800.000 años. El Homo
erectus sobrevivió, entre otras cosas porque aprendió a valerse del fuego. Por
aquel entonces no sabía producirlo ni controlarlo, sino que se lo encontraba
cuando un rayo incendiaba un árbol. Tal vez aprendió a conservarlo como algo
valioso. La glaciación terminó hace unos 700.000 años y no debió de pasar mucho tiempo hasta
que el Homo erectus aprendió a controlar el fuego. Esto
le supuso una mayor protección frente al frío y los animales carnívoros, así
como la posibilidad de alimentarse de la carne de muchos animales que
difícilmente podía digerir en estado crudo.
La segunda glaciación de
la era cuaternaria se extendió desde hace 600.000 años hasta hace algo más de 300.000 años. Durante esta época
el Homo erectus aprendió a organizarse para cazar grandes
mamíferos. Su modo de vida era ya muy similar al de otros mamíferos cazadores,
pues su inteligencia había compensado ya con creces su inferioridad física.
Así pues, la adversidad climática ya no
era un obstáculo serio para el Homo erectus, que empezó a
proliferar, pero, al igual que les ocurrió a los Australopithecus, se
encontró con que cada pequeño grupo requería una gran cantidad de territorio
para cubrir sus necesidades, por lo que se extendió paulatinamente por toda la
Tierra. No obstante, el número total de habitantes nunca debió de superar
el medio millón. Tras un breve periodo interglaciar sobrevino
la tercera glaciación, desde hace algo más de 200.000 años hasta hace algo
más de 100.000
años. A su término el Homo erectus ya ocupaba medio
planeta: poblaba toda África, buena parte de Asia y casi toda Europa (excepto
el norte). También había aprendido a fabricar cabañas que le
protegieran de la intemperie en ausencia de cuevas naturales, que hasta
entonces habían sido su único refugio.
Durante la tercera glaciación surgieron
las primeras formas de dos nuevas especies: el Homo sapiens y
el Homo neanderthalensis. En Alemania se encontró un fósil
preneandertalense de al menos 200.000 años y en Israel se ha encontrado un
fósil de hace unos 100.000
años antecesor del Homo sapiens, en compañía de restos
neandertalenses y de los últimos vestigios de Homo erectus, que
se extinguió hace unos 90.000 años. Con la aparición de estas especies
se inicia el paleolítico medio.
La capacidad craneal de las nuevas
especies triplicaba a la del Homo habilis. En un primer
momento, las diferencias entre los Homo neanderthalensis y
los Homo sapiens eran pequeñas, al igual que las diferencias
culturales respecto al Homo erectus. No obstante, al principio
de la cuarta glaciación, hace unos 80.000 años, encontramos ya una
cultura neandertal claramente definida. Entre sus nuevas costumbres se
encontraba la de enterrar a los difuntos, y entre sus nuevas
habilidades la fabricación de flechas. Respecto a las
inhumaciones, no es razonable suponer en ellos una capacidad de pensamiento
abstracto o religioso, pero sí podemos entrever cierto grado de autoconciencia.
La selección natural fomentó la existencia de relaciones afectivas de los
padres hacia los hijos en mayor grado que las usuales en otros animales, pues unas
crías absolutamente inválidas no podían sobrevivir sin una buena dosis de
paciencia en sus progenitores. Probablemente, sus crías fueron las primeras en
reír como recurso para agradar y mantener la atención de sus padres. Estas
relaciones afectivas debieron de mantenerse entre adultos, de modo que llegaron
a sentir el dolor de la muerte e hicieron lo posible para evitar que sus
cadáveres fueran alimento de las fieras.
El Homo sapiens y
el Homo neanderthalensis se extendieron por Europa, Asia y
África. Cazaban todo tipo de animales y se adaptaron con eficiencia a cada
medio ambiente. Hace unos 40.000 años el Homo sapiens se
convirtió en el primer poblador humano de Australia. Hace unos 35.000 años empezó a
manifestar su superioridad cultural frente al hombre de Neandertal, dando
inicio así al paleolítico superior.Una buena prueba de esta
superioridad es que la población mundial pasó en un tiempo muy breve de poco
más de un millón de habitantes a casi cinco millones. A
esta época corresponden los restos más antiguos conocidos de arte
prefigurativo (incisiones y marcas decorativas en hueso y en piedra).
Las primeras muestras conocidas de arte figurativo (cabezas y
cuartos delanteros de animales pintados en piedra) datan de hace unos 30.000 años. Este avance hay
que asociarlo a una significativa evolución intelectual. Es imposible poner
fechas a esto, pero el hombre adquirió la capacidad de pensamiento abstracto,
es decir, la capacidad de pensar en algo sin necesidad de ningún estímulo
externo que le impulsara a ello. Así mismo desarrolló el lenguaje articulado:
los homínidos llevaban mucho tiempo comunicándose entre sí con gran eficiencia,
pero siempre mediante signos cuyo significado lo fijaba el contexto (un grito
en un momento dado podía ser la señal de iniciar un ataque conjunto a una
presa, o el indicio de algún peligro cuya naturaleza había que percibir
directamente, etc.). El lenguaje articulado suponía la posibilidad de aludir a
algo de forma unívoca independientemente del contexto. Tal vez las figuras esquemáticas
fueron al principio un método de ponerse de acuerdo en el significado de las
palabras, de convenir qué caza iban a buscar, tal vez se quedó como costumbre
hacer dibujos de las presas que esperaban cazar, tal vez llegaron a imaginar
que dibujar los animales era una forma mágica de atraerlos. Es difícil saber
cómo concebían el mundo estos primeros hombres.
A medida que el Homo sapiens fue
cobrando conciencia de su existencia en el mundo debió de percibir su debilidad
e impotencia frente a la naturaleza: había animales feroces a los que era mejor
no enfrentarse salvo extrema necesidad, otros, en cambio, podían ser dominados
con habilidad. Por otra parte, nada había que hacer contra las fuerzas del
cielo, los rayos y los truenos. Sin duda el Sol y la Luna debieron de
intrigarle. Probablemente llegó a la conclusión de que en el cielo habitaban
seres muy poderosos y de humor voluble, a los que era mejor tener contentos,
pues ejercían gran influencia sobre la tierra. En manos de estos seres estaba
que hubiera o no buena caza, que las mujeres tuvieran o no hijos... La
imaginación del Homo sapiens ante lo desconocido pudo ir por
mil caminos diferentes, creando creencias de toda índole, acompañadas de ritos
y costumbres. Es difícil saber qué finalidad concreta tendrían los objetos que
hoy calificamos de "manifestaciones artísticas". Se conocen estatuillas
femeninasfabricadas desde hace unos 27.000 años. A partir de aquí se van produciendo
imágenes pictóricas, bajorrelieves y esculturas cada vez más perfeccionadas.
Hace unos 25.000 años se extinguió el
hombre de Neandertal, con lo que el Homo sapiens pasó a ser la
única especie humana sobre la Tierra y ya podemos referirnos a él simplemente
como "el hombre".Aparte de mínimas diferenciaciones
raciales, no se ha producido ninguna evolución fisiológica importante desde
entonces. La extraordinaria evolución del hombre ha sido puramente cultural.
Hace al menos 23.000
años el hombre pobló América por primera vez. Accedió a ella desde
Siberia, cruzando un estrecho de Bering seco (el nivel del mar era inferior al
actual a causa de la glaciación) o helado. Así, el hombre no tardó mucho en
poblar la práctica totalidad de la Tierra.
EL ORIGEN DE LA CIVILIZACIÓN
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Hace unos 20.000 años, durante la cuarta y última glaciación de la era cuaternaria, el hombre vagaba por la Tierra en busca de caza y recolectando frutos allí donde los hallaba. Cuando un grupo humano llegaba a una zona rica en caza o en vegetación comestible, establecían campamentos temporales hasta agotar los recursos, pero algunos se encontraron con parajes especialmente fértiles, hasta el punto de que se regeneraban antes de ser agotados, de modo que poco a poco fueron surgiendo campamentos estables o poblados dedicados a la caza y la recolección. Así fue cómo el hombre se hizo sedentario.

Otra zona donde hay indicios tempranos de
recolección de cereales es la costa más oriental del Mediterráneo, lo que hoy
es Palestina. Se han encontrado restos de hace 15.000 años que demuestran que
en esta región el hombre había aprendido a moler el grano. Palestina formaba
parte de una zona de condiciones especialmente favorables, conocida como
la media luna fértil. Se trata de una región que, como indica
su nombre, tiene forma aproximada de media luna. Su parte este es lo que
podríamos llamar Canaán. La costa de Canaán recibe el nombre
de Palestina al sur y Fenicia al norte, si
bien estos nombres están relacionados con pueblos que habitarían la región
posteriormente. La media luna fértil avanza hacia el este por el llamado corredor
sirio y luego desciende hacia el sur siguiendo el curso de dos ríos
que fluyen paralelamente: el Éufrates y el Tigris, que
finalmente se unen poco antes de desembocar en el Golfo Pérsico. En la
antigüedad el mar cubría una extensión mayor de terreno, de modo que el
Éufrates y el Tigris tenían desembocaduras separadas. La tierra comprendida
entre los dos ríos (y, por extensión, sus alrededores) se conoce como Mesopotamia. Mesopotamia
limita al este con los montes Zagros. Se conocen restos de
cazadores-recolectores que poblaron estos montes hace casi 13.000 años.

La vida en poblados estables supuso un
cambio cultural importante. Se abre así una última fase del periodo paleolítico
conocida como mesolítico. Los casos que acabamos de comentar
son sus primeras manifestaciones, si bien la cultura mesolítica sólo empezó a
ser representativa desde hace unos 12.000 años, es decir, desde el X milenio, momento en el que
se considera que empieza el último periodo de la era cuaternaria: el holoceno. De
esta época se conservan poblados palestinos con cabañas circulares
semisubterráneas de madera, adobe y piedra.
En el IX milenio terminó la cuarta glaciación. La
cultura mesolítica se extendió desde Palestina hasta Siria siguiendo la media
luna fértil. Mientras el noreste de África permaneció en estado mesolítico
durante varios milenios, en el Oriente Próximo se produjeron cambios
relativamente rápidos. Los hombres sedentarios tuvieron ocasión de estudiar más
a fondo el comportamiento de las plantas y los animales. Lentamente,
descubrieron que era posible retener y alimentar a algunos animales en lugar de
matarlos, de modo que se podía disponer de su carne cuando fuera más necesaria.
Hay indicios de que por esta época, en un asentamiento que más tarde sería la
ciudad de Jericó, ya se había domesticado el carnero. Poco a
poco, los hombres de la parte occidental de la media luna fértil se hicieron
pastores y agricultores.
Los que optaron por reunir animales y
apacentarlos se encontraron con que tenían que viajar de un sitio a otro en
busca de pastos, lo que les llevó a abandonar los poblados y convertirse en
pueblos nómadas.Por el contrario, los agricultores debían
permanecer junto a sus tierras, las cuales requerían toda clase de trabajos y
cuidados. Formaron poblados más firmes y numerosos, pues, por una parte, la
tierra trabajada proporcionaba alimento para más personas y, por otra,
necesitaban defenderse de las fieras y de otros pueblos nómadas que no tenían
escrúpulos de llegar y llevarse sin esfuerzo el fruto del trabajo ajeno.
Con la aparición de la agricultura y la
ganadería entramos en la segunda etapa de la Edad de Piedra: el neolítico. Las
primeras manifestaciones neolíticas propiamente dichas aparecen en Palestina a
partir del año 8600. Por aquel
entonces, la Tierra debía de contar con alrededor de ocho millones de
habitantes. Los nuevos descubrimientos fueron divulgándose lentamente, junto
con otras innovaciones. En el año 8000 se descubrió la cerámica en el
Sahara y en Siria independientemente. Las vasijas de barro fueron prácticos
sustitutos de los pesados recipientes de piedra. No obstante, el labrado de la
piedra también se perfeccionó. De hecho, la denominación paleolítico/neolítico
marca el tránsito de la piedra tallada a la piedra pulimentada, si bien, como
ya queda dicho, no es ésta la diferencia más significativa entre ambas
culturas, sino la aparición de la agricultura y la ganadería.

En general, las culturas agrícolas
desarrollaron una religión más compleja y sofisticada que los pueblos nómadas.
Los nómadas llevaban una vida relativamente cómoda. Se sentían capaces de
dominar su entorno. Eran gente ruda y fuerte. A menudo efectuaban provechosas
incursiones en aldeas de agricultores indefensos. Para sus pocas necesidades,
desconocían lo que era la escasez o falta de recursos. Las únicas cosas que no
podían controlar eran las tormentas, las enfermedades y tal vez los
enfrentamientos con otros pueblos nómadas. Por ello sus religiones se limitaban
a algún "dios de las tormentas" o "del trueno" o "del
rayo", a quien implorar clemencia en las tempestades, o quizá a un "dios
de la guerra" a quien encomendarse y pedir protección antes de un
enfrentamiento. Por el contrario, los agricultores estaban rodeados de eventos
que escapaban a su control. Su nivel de vida dependía de que lloviera en el
momento oportuno, de que no hubiera tormentas devastadoras, de que las cosechas
fueran buenas, de que los ríos trajesen agua suficiente pero no excesiva, etc.
Conocían las diferentes estaciones del año y las vinculaban con los cambios de
posición del Sol y las estrellas en la bóveda celeste. Así, el agricultor
aprendió a rezar ante la adversidad. La superstición se extendió rápidamente
entre los pueblos agrícolas, y surgieron toda clase de ritos para mantener
propicios a los dioses de la lluvia y de los ríos, y al Sol, etc. En torno a
estas creencias no tardan en surgir sacerdotes especializados en velar por que
los dioses estuvieran satisfechos con el pueblo. Los sacerdotes tienen fama de
sabios y a menudo son objeto de innumerables preguntas de todo tipo, para las
que siempre tienen alguna respuesta basada en historias sobre tal o cual dios.
Así, cada pueblo fue creando su mitología, más o menos rica según la
imaginación de sus gentes, y en consonancia con el grado de sofisticación de
cada sociedad.
Durante el VII milenio la densidad de
población en la media luna fértil aumentó notablemente. Se domesticó al buey. En
Siria se exploraron muchas innovaciones, como la fabricación de recipientes de
cal, aunque estas técnicas no tuvieron continuidad. La agricultura se extendió
por la península de Anatolia (Turquía). Hacia el año 6500 encontramos una
agrupación de pueblos de cerca de 6.000 habitantes, con casas y santuarios de
ladrillo crudo y frescos de divinidades femeninas y toros. A finales del
milenio aprendieron a fundir el cobre para fabricar adornos,
puntas de lanza y objetos diversos, pero el metal era escaso y el
descubrimiento no tuvo muchas repercusiones.
Por esta época empieza a aparecer también
la agricultura en algunas zonas del actual México.
Al comienzo del VI milenio las técnicas
agrícolas se habían perfeccionado notablemente en la zona occidental de la
media luna fértil. Se inventó la hoz, la azada, etc.
La cerámica se extendió desde Siria por ambos "cuernos" de la media
luna. El Éufrates y el Tigris suministraban excesiva agua en primavera y poca
el resto del año, por lo que en su entorno se formaron grandes aldeas de
obreros que construyeron presas y canales para almacenar y distribuir el agua.
Se ocupó la baja Mesopotamia, que había quedado despoblada
desde la glaciación.
Los agricultores podían cosechar más de lo
que necesitaban consumir, lo que propició que algunos hombres optaran por
especializarse en producir otro tipo de bienes que canjear a los agricultores
por sus sobrantes. Así, tras la cerámica surgió la cestería y luego la
elaboración de tejidos. Se formó una importante aldea en donde después estaría
la ciudad de Ur. Allí surgió una comunidad de comerciantes que
llegaron a recorrer por mar las costas de Arabia. Su emplazamiento está
actualmente lejos del mar, pero entonces la costa llegaba hasta sus inmediaciones.
Hay constancia de que durante un cierto periodo la aldea fue completamente
inundada por el mar. Es posible que este suceso fuera el origen de una leyenda
que pervivió durante milenios en la zona sobre un "diluvio
universal", que supuestamente había inundado la totalidad de la
Tierra. El mapa muestra otras aldeas fundadas en esta época que con el tiempo
se convertirían en ciudades importantes. Al norte de la media luna fértil,
cerca del nacimiento del Tigris, se fundó Nínive, que miles de
años después sería la capital de un poderoso imperio.
Mientras tanto, la vida en Anatolia debió
de ser especialmente difícil. El único avance cultural durante el sexto milenio
fue la construcción de fortalezas, signo de que sus habitantes sufrían
frecuentes incursiones de pueblos nómadas vecinos. En Egipto las condiciones
eran más propicias que las de Mesopotamia o Canaán, por lo que la región
permaneció ajena a los avances de estas regiones y continuó en su tradición
mesolítica de caza y recolección durante todo el milenio. Por el contrario, la
cultura neolítica se extendió desde el oriente próximo hacia Europa. Hacia el
año 6000 aparecen las
primeras comunidades agrícolas en el sureste de Europa y a lo largo del milenio
se extendieron a lo largo de la costa mediterránea. Así mismo apareció la
agricultura alrededor del valle del Indo (en el actual
Pakistán).
A lo largo del V milenio la cultura
neolítica se expandió y consolidó por Europa, Asia y África. La prosperidad fue
tal, que en este periodo la población mundial pasó de unos 10 millones de
habitantes hasta casi 50 millones. En Europa y África central surge la cultura
megalítica, caracterizada por la construcción de grandes monumentos de
piedra: a veces simples piedras levantadas a modo de columnas, a veces alineadas
según ciertos patrones, otros en forma de enormes losas horizontales apoyadas
sobre otras dos verticales, etc. Naturalmente, estas construcciones debían de
estar asociadas a nuevos rituales y creencias más o menos sofisticadas, típicos
de la cultura neolítica. En Grecia se desarrolló la navegación por el Egeo, que
llegó hasta la isla de Creta. En Asia la agricultura continuó extendiéndose
lentamente por el valle del Indo.
En América el progreso fue ligeramente más
lento: en algunas zonas de México y Perú hubo pueblos de cazadores-recolectores
que empezaron a llevar una vida sedentaria. Domesticaron animales e inventaron
la cerámica. Los cultivos eran muy variados, pero la agricultura les
proporcionaba sólo una pequeña parte de sus recursos. También aprendieron a
tejer fibras vegetales.

En China se formaron asentamientos
mesolíticos a lo largo del río Amarillo (Huang He), donde
finalmente se aprendió a cultivar el arroz. En el Baikal se
originó un complejo de culturas nómadas que se extendieron y diversificaron por
Siberia y Asia central. Su influencia llegó hasta China. Al oeste de los montes
Urales surgió una cultura de pastores nómadas, entre el mar Caspio y el mar
Negro. Sus integrantes hablaban una lengua común, conocida como Indoeuropeo. La
península arábiga y el norte de África fue poblada por otro grupo humano que
también hablaba una misma lengua, conocida como Afroasiático o
Camitosemítico. No obstante, el desierto del Sinaí supuso una separación
permanente entre Arabia y África, por lo que las variantes dialectales del
Afroasiático de Arabia formaron pronto un grupo de lenguas bien diferenciadas
de las africanas, conocidas como lenguas semíticas. Las tribus
de Arabia se hicieron ganaderas, mientras que las del norte de África
continuaron viviendo durante mucho más tiempo de la caza y la recolección, pues
el territorio era mucho más fértil.

Los mayores avances se produjeron en la
Baja Mesopotamia, esto es, la parte más cercana a la desembocadura del Éufrates
y el Tigris. El sistema de canales que habían ideado en la parte alta de la
región llegó hasta el sur, lo que permitió aprovechar plenamente las
posibilidades que ofrecían los ríos, dando origen a una agricultura de
irrigación que convirtió la zona en la más fértil y próspera de la época.
Además de la agricultura, florecieron el comercio y la alfarería. Los
mercaderes inventaron un antecedente de la escritura: el sello. Los
recipientes de barro se marcaban con sellos planos que imprimían un relieve
distintivo de su propietario o de su contenido. A finales del milenio algunas
ciudades llegaron a contar con 10.000 habitantes.
Hasta entonces, las aldeas pequeñas tenían
una estructura tribal, formadas por unas pocas familias que obedecían a algún
patriarca, pero las grandes ciudades requerían una organización que no
descansara en vínculos familiares. Así, las ciudades mesopotámicas se fueron convirtiendo
en ciudades-estado. Cada ciudad dominaba y cultivaba las tierras de su entorno
y era gobernada por un rey. La administración corría a cargo de los sacerdotes.
Éstos ejercían de tesoreros y recaudadores de impuestos y, en la medida en que
su autoridad residía en su papel de intermediarios con los dioses, la religión
se fue sofisticando más y más. El templo era el centro de cada ciudad. Además
de la clase sacerdotal, surgió una aristocracia y una burguesía que originó una
demanda de adornos, tejidos y obras de arte. El modo de vida de la Baja
Mesopotamia fue imitado rápidamente por el resto de la media luna fértil, que
mantuvo una cultura similar.
En la península del Sinaí se descubrió
la fundición del cobre, y el sistema se extendió rápidamente
tanto hacia Mesopotamia como hacia Egipto. En torno al 4500 el sur de Canaán
fue invadido por un pueblo que conocía la fundición del cobre. Por la misma
época aparecen los primeros poblados neolíticos en Egipto, junto al lago
Moeris, algo al oeste del curso del Nilo. Las inmediaciones del Nilo
hubieran requerido un sistema de canales similar al de Mesopotamia para ser
aprovechadas adecuadamente, por lo que las zonas cercanas (pero prudencialmente
alejadas de las súbitas crecidas del río) eran más adecuadas para una población
que acababa de descubrir la agricultura y la ganadería.
La metalurgia del cobre prosperó en Irán,
que importaba el mineral de la India y lo exportaba manufacturado a
Mesopotamia, junto con oro, plata y piedras preciosas. El cobre fue especialmente
útil en Mesopotamia. El oro y la plata son blandos, y sólo servían para
confeccionar adornos. El cobre, en cambio, es más duro y servía para fabricar
armas más efectivas que las de piedra, armas con que repeler las incursiones de
los nómadas, que se hacían más frecuentes cuanto más prosperaba el valle. Por
una parte estaban los rudos pastores que habitaban en los montes Zagros, al
este, y por otra los habitantes del desierto arábigo al suroeste. Las
ciudades-estado se fortificaron, como ya habían hecho tiempo atrás las de
Anatolia. Egipto, en cambio, estaba rodeado por el mar, el desierto y las
cataratas del Nilo, así que vivió mucho más tranquilamente que Mesopotamia
durante mucho tiempo.
Hacia el año 4000 la Baja
Mesopotamia no pudo resistir por más tiempo la presión de los pastores, que
invadieron la región desde los montes Zagros y se asentaron en ella, sumiéndola
en una profunda crisis.